Page 47 - Trece Casos Misteriosos
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uniformes azules que huían con la caja de billetes   los miró, inquisitivo, y añadió-: ¿Solamente us­
 y subían a la camioneta.   tedes cinco estuvieron aquí en la tarde?
 Todos ellos vieron cómo el vehículo se alejaba,   -Sí, hoy  sí  -respondió la  hablantina  se-
 raudo, con un chirrido de neumáticos.   ñorita Pussy, tratando de acomodar su melena
 No había pasado  una hora, y ya  el inspector   ondulada.
 Soto  interrogaba  a los empleados del  banco   -Bien, bien -Soto acarició el lóbulo de su ore-
 Muchosmiles. Estos, sentados frente  a  él y aún   ja-. Necesito, con detalles, la versión de cada uno
 temblorosos, se  esforzaban por recordar cada   de ustedes del atraco.
 detalle del atraco.   -¡Ya  se  la  di! -advirtió la  secretaria, algo
 -Sucedió todo como en las películas, inspec­  asustada.
 tor -gimoteó Pussy, mientras se  abanicaba con   -Contó solo el principio: siga adelante -dijo
 un talonario de depósitos-: primero fue la ex­  el inspector, tranquilizándola con una sonrisa.
 plosión en los vidrios, luego  el pobre Santelices   -Bueno, a  ver  si no me  falla  la  memoria.
 paralizado, y yo, tratada a empujones y sin nin­  Luego que  uno paralizó al pobre  Santelices con
 gún miramiento.   ese  aerosol horroroso, ¡y no  se imaginan cómo
 -Usted habla de vidrios quebrados, señorita.  tosía!, el otro nos encañonaba, mientras que  un
 ¿ Y no  oyó el ruido de las alarmas?   tercero nos amarró uno a uno de pies y manos. A
 Los cinco  empleados se miraron con descon­  mí me dejaron en esta misma silla, con una tela
 cierto. En verdad, nadie  había  escuchado  los   en la boca y, a los demás, incluyendo  a mi jefe,
 timbres de alarma.   los lanzaron al suelo de  un solo  empujón. ¡Y se
 El inspector anotó algo  en su libreta y volvió   mandaron a cambiar con el dinero!
 a levantar la cabeza, aún en espera de respuesta.   -¿Alguien quiere agregar algo a lo dicho por
 Santelices, el guardia, dijo inseguro:   la señorita? -interrogó Soto.
 -Las revisiones al sistema de alarma son dia­  -Yo difícilmente podría aportar mucho, ya
 rias. Yo lo revisé a las tres de la tarde. Y nadie ex­  que ese maldito gas me dejó fuera de combate y
 traño al banco conoce su funcionamiento.   con la mente confusa: solo trataba de recuperar
 -Entonces, es evidente que alguien del banco   mi respiración -expresó el guardia, con aire
 desconectó el sistema. -La voz autoritaria del   cabizbajo-. ¡Ese  condenado  aerosol fue más
 señor Retamales tenía  un tono de incredulidad.   rápido que mi pistola!
 -Exactamente, señor, y no hay que ser dema­  -¡Recuerdo que  uno  de  ellos era muy alto,
 siado perspicaz para darse cuenta de ello. -Soto   moreno  y  con  enormes  ojos  oscuros! Podría ·


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