Page 44 - Trece Casos Misteriosos
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-¡Ay, chiquillos:  no  pidan  café a esta hora!                -¡No puede  ser! ¡Hoy no corresponde! -El
            ¡Estoy lista para irme!                                         gerente frunció el ceño.
                                                                                                                      .
               -¿Y el jefe? -levantó la voz Rodríguez para                     Pero ya tres hombres vestidos de guardias  se
            preguntar.                                                      acercaban a la puerta de entrada.
               -Termina de hablar  por teléfono  y también                     Santelices preguntó:
            parte ...                                                          -¿Abro?
               En esos instantes, Retamales, el gerente, salió                 -Aguántese  un poco  -dijo  el gerente. Los
            de su oficina y con voz cortante ordenó:                        hombres, afuera, esperaban.
               -Señorita Pussy, avise al guardia que ya nos                    -Señorita Pussy, llame por teléfono a la central
            vamos. Ponce y Rodríguez, ¿están listos?                        y verifique si ellos enviaron el camión blinda o a
                                                                                                                        �
               Ponce asintió con un gesto.                                  recoger el dinero --ordenó el jefe a su secretaria.
              -Sí -dijo Rodríguez.                                             Ella, nerviosa, dejó caer el abrigo de  sus hom­
              La señorita Pussy, con el abrigo sobre sus hom­               bros y tomó el auricular más cercano. Pero  no al­
                                                                                                                           _
                                                                                                                        _
            bros, caminó con aire inseguro hacia el guardia                 canzó a discar: un estampido hizo añicos el v1dno
           que aparecía tras una columna.                                    de la enorme mampara central, y tres hombres
              -¡Nos vamos, Santelices! -musitó con su voz                    irrumpieron con pistolas en mano.
           de gato al alto y fornido guardia que infló un poco                  El guardia, rápido, desenfundó su arma. Pero
           más su pecho. Los cajeros se dirigieron al gerente.               antes de que pudiera apretar el gatillo, un ch rro
                                                                                                                        �
              -Señor Retamales, estamos listos para ir a la                  helado lo paralizó. En medio de una angus 10
                                                                                                                        � ��
           bóveda -dijo Ponce con tono respetuoso.                           respiración que lo hacía toser, Santelic ��  se smtlo
              Rodríguez, ya con una caja entre  sus manos,                   sujeto de brazos y piernas, y con la pre 1on de una
                                                                                                                  �
           donde  se alineaban clasificados y amarrados con                  enorme  tela adhesiva en la boca. Cayo de bruces
           elásticos los distintos billetes, explicó a su jefe:              al suelo.
              -Son dieciocho millones y fracción.                               Todo esto transcurrió en menos de un minuto;
              -Bien. Llévenlos ahora mismo -dijo el señor                    cuando Santelices pudo mirar a su alrededor, vio
           Retamales, mirando la hora, apurado por irse.                     a la señorita Pussy tiesa en una silla, maniatada
              Cuando los dos cajeros se aprestaban a obedecer,               y  con  mordaza, mientras  sus  enormes  ojos
           la puerta vidriada del banco dejó ver en la calle una             maquillados clamaban  por  socorro. El gerente
           camioneta gris que se estacionaba al frente.                      y los  dos  cajeros,  boca abajo  sobre  el  suelo,
              -¡Viene el camión blindado, señor! -dijo con                   también con los pies atados y las manos presas
           gesto de sorpresa el guardián.                                    a sus  espaldas, miraban a los  tres hombres de


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