Page 45 - Trece Casos Misteriosos
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-¡Ay, chiquillos:  no  pidan  café a esta hora!   -¡No puede  ser! ¡Hoy no corresponde! -El
 ¡Estoy lista para irme!   gerente frunció el ceño.
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 -¿Y el jefe? -levantó la voz Rodríguez para  Pero ya tres hombres vestidos de guardias  se
 preguntar.   acercaban a la puerta de entrada.
 -Termina de hablar  por teléfono  y también   Santelices preguntó:
 parte ...   -¿Abro?
 En esos instantes, Retamales, el gerente, salió   -Aguántese  un poco  -dijo  el gerente. Los
 de su oficina y con voz cortante ordenó:   hombres, afuera, esperaban.
 -Señorita Pussy, avise al guardia que ya nos   -Señorita Pussy, llame por teléfono a la central
 vamos. Ponce y Rodríguez, ¿están listos?   y verifique si ellos enviaron el camión blinda o a
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 Ponce asintió con un gesto.   recoger el dinero --ordenó el jefe a su secretaria.
 -Sí -dijo Rodríguez.  Ella, nerviosa, dejó caer el abrigo de  sus hom­
 La señorita Pussy, con el abrigo sobre sus hom­  bros y tomó el auricular más cercano. Pero  no al­
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 bros, caminó con aire inseguro hacia el guardia   canzó a discar: un estampido hizo añicos el v1dno
 que aparecía tras una columna.   de la enorme mampara central, y tres hombres
 -¡Nos vamos, Santelices! -musitó con su voz   irrumpieron con pistolas en mano.
 de gato al alto y fornido guardia que infló un poco   El guardia, rápido, desenfundó su arma. Pero
 más su pecho. Los cajeros se dirigieron al gerente.   antes de que pudiera apretar el gatillo, un ch rro
                                                     �
 -Señor Retamales, estamos listos para ir a la  helado lo paralizó. En medio de una angus 10
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 bóveda -dijo Ponce con tono respetuoso.   respiración que lo hacía toser, Santelic ��  se smtlo
 Rodríguez, ya con una caja entre  sus manos,   sujeto de brazos y piernas, y con la pre 1on de una
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 donde  se alineaban clasificados y amarrados con   enorme  tela adhesiva en la boca. Cayo de bruces
 elásticos los distintos billetes, explicó a su jefe:   al suelo.
 -Son dieciocho millones y fracción.  Todo esto transcurrió en menos de un minuto;
 -Bien. Llévenlos ahora mismo -dijo el señor   cuando Santelices pudo mirar a su alrededor, vio
 Retamales, mirando la hora, apurado por irse.   a la señorita Pussy tiesa en una silla, maniatada
 Cuando los dos cajeros se aprestaban a obedecer,   y  con  mordaza, mientras  sus  enormes  ojos
 la puerta vidriada del banco dejó ver en la calle una   maquillados clamaban  por  socorro. El gerente
 camioneta gris que se estacionaba al frente.   y los  dos  cajeros,  boca abajo  sobre  el  suelo,
 -¡Viene el camión blindado, señor! -dijo con   también con los pies atados y las manos presas
 gesto de sorpresa el guardián.   a sus  espaldas, miraban a los  tres hombres de


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