Page 132 - Trece Casos Misteriosos
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El caso de la pagoda de marfil







                                                                               Carlos Olavarría, soltero, de blancas sienes y
                                                                               heredero de una  gran fortuna, empleaba sus
                                                                               días en administrar sus negocios, jugar golf y
                                                                               coleccionar piezas  de marfil.  Sus objetos más
                                                                               valiosos se exhibían en grandes armarios  de
                                                                               caoba con puertas de vidrio, especialmente
                                                                                diseñados para tal propósito.  El hombre se
                                                                               paseaba a través del amplio salón de su casa en
                                                                               la calle Américo Vespucio, contemplando cada
                                                                               figura como si fuese un hijo muy querido.
                                                                                  Los amigos le decían que se cambiara a un
                                                                               departamento; esa enorme casa, donde sus pasos
                                                                               le devolvían solitarios ecos, no era la apropiada
                                                                               para un hombre sin familia. Pero lo que los ami­
                                                                               gos no entendían era que Carlos sí tenía una fa­
                                                                               milia que requería de gran espacio: los marfiles
                                                                               confiados a la seguridad de sus armarios. De toda
                                                                               la colección había solamente un objeto que no se
                                                                               guardaba tras los cristales: la pagoda de filigrana.
                                                                               El hombre sentía por esta pieza un especial ca­
                                                                               riño: le recordaba -al abrir las diminutas puer­
                                                                               tas talladas que mostraban interiores misteriosos



                                                                                                                            131
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