Page 128 - Trece Casos Misteriosos
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adelantaré a buscar la camioneta y la estacionaré
                                                                               frente al callejón.
                                                                                  -No está mal, pero hay que apurarse -dijo
                                                                               Felipe, el Panda, mirando el reloj-; estamos con
                                                                               el tiempo justo antes de que el cuidador se reponga
                                                                               de mi caricia.
                                                                                  Obraron con rapidez. Luego de al gun as dificul­
                                                                               tades -como desprender las aristas de metal que
                                                                               se enganchaban en los cortinajes y decidir quién sa­
                                                                               lía a recibir la estatua y quién.ayudaba al Rambo a
                                                                               sostenerla mientras él se encaramaba al alféizar-,
                                                                               con una exclamación de triunfo lograron deposi­
                                                                               tarla en la acera. El precioso botín ya era de ellos.
                                                                                  -Rambo, sácate el abrigo y cúbrela; no quiero
                                                                               que se moje. Yo voy por la camioneta -dijo el
                                                                               Artista y se encaminó hacia la esquina.
                                                                                  En ese momento, cuatro figuras -dos mujeres
                                                                               y dos hombres- le cortaron el paso con un seco
                                                                               "manos arriba". Los hombres lo encañonaron con
                                                                               pistolas.
                                                                                  -Maldición -gruñó el Artista, retrocediendo.
                                                                               Pero las cuatro figuras, que no eran sino policías
                                                                               disfrazados de transeúntes madrugadores, ya
                                                                               estaban junto a ellos y los esposaron.
                                                                                 Sin embargo, a uno lo dejaron libre. Solo a uno,
                                                                               y le dijeron:
                                                                                 -¡Bien hecho!


                                                                                 La pre gun ta para los astutos detectives es la si­
                                                                               guiente: ¿Cuál de los tres ladrones estaba de acuer­
                                                                               do con la policía?



                                                                                                                            127
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