Page 135 - Trece Casos Misteriosos
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de un templo oriental- esos libros de su niñez
 donde las páginas se extendían en volumen, des­
 plegando como por arte de magia las dependen­
 cias suntuosas de un castillo. También había otra
 razón que lo hacía acariciar la valiosa figura con
 la yema de sus arrugados dedos; Ya-Lu-Ting, la
 hermosa japonesita con cara de blanca luna que
 se la había obsequiado. Es por esto que la pagoda
 de filigrana no estaba bajo llave. Carlos la tenía
 en su escritorio, acomodada entre los pisapapeles
 de ónix, su agenda abierta sobre el atril de cuero
 y el cenicero de cristal cortado que nunca tenía
 ceniza -Carlos no fumaba-, sino verdes cara­
 melos de menta.
 Así, el coleccionista, sentado en su escritorio,
 de cuando en cuando solía levantar la mirada de
 sus papeles con cifras y posándola sobre el tem­
 plo de marfil dejaba que su imaginación volara
 hacia el Oriente.
 Cuando a Carlos Olavarría le robaron la pagoda
 de su escritorio, fue como si le hubieran arrebatado
 parte de su vida.
 Un martes en  la mañana el  inspector Soto
 acudió al llamado del coleccionista. Se encontró
 con un Olavarría alterado, que explicaba entre
 ademanes nerviosos lo sucedido. La noche anterior,
 al llegar a su casa luego de un ajetreado día entre
 la Bolsa y el Club de Golf, se había encontrado con
 la sorpresa: ¡la pagoda no estaba en su lugar ni en
 ninguna otra parte!





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