Page 117 - Trece Casos Misteriosos
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-¿Confusión? -Josefa apretó el botón de la  -No, al gato -contestó Josefa, muy seria.
 grabadora.      -Al gato maldito, solo lo escuché,  ¡pero si lo
 .
 -Sí, entre los llantos del niño y los maullidos  veo, lo mato!
 de ese gato.   -Conque l o   matas, ¿eh? -dijo Diego-       .
 -¿Oyó al gato? -preguntó rápido Diego, en-  ¡Justifícate!
 trecerrando los ojos.   -La que se va a tener que justificar es esa mal­
 -Ehhh, sí, parece -contestó la señora Torres  dita vieja, dueña de ese maldito gato que no me
 en forma vaga.   dejaba estudiar el maldito tomo de trescientas
 -¿Cómo que parece? ¿No habló de unos mau­  páginas de historia, y ahora me voy a sacar una
 llidos? -interrogó nuevamente Diego y Josefa   maldita nota.
 acercó el micrófono a la boca de la señora.   Los niños retrocedieron ante la verborrea furi­
 La  señora Torres retrocedió dos pasos, y   bunda de Mateo, que ya había perdido su aire so­
 preguntó:   ñoliento y agitaba con fuerza su melena chascona.
 -¿Qué significa este juego, niños?  Se oyó el segundo portazo en el callejón y la voz
 -Significa que Tutankamón ha desaparecido y
 estamos investigando -contestó Diego.   de Josefa al decir:
                -Sospechosísimo número dos.
 -Pues vayan a investigar a otro lado y no me
                -Prepárate, Josefa: nos toca interrogar a la se-
 molesten. ¡Era lo único que me faltaba!   ñora Emá Araos -dijo Diego.
 Y cerró la puerta con estrépito. Al segundo, sin­
                Josefa, entonces, encendió la grabadora y
 tieron los berridos de la guagua.   dictaminó:
 Diego y Josefa se miraron con aire de expertos y
 la niña murmuró a la grabadora:   -Sospechosa número tres.
 -Primera sospechosa.  -Josefa: ¡método! Te estás adelantando.
 De ahí se fueron a la casa número dos.  -Pero, Diego, todo el mundo sabe que la seño-
 Estuvieron largo rato tocando el timbre, sin  ra Ema odia a los animales y le molestan los niños.
 respuesta. A los cinco minutos se oyeron unos   -Preparémonos para un tercer portazo -susu­
 pasos y abrió un joven adormilado y barbón, que   rró Diego, mientras tocaba el timbre.
 los miró con desinterés:   La puerta se abrió. Una señora Ema sonriente y
 -¿Síiii?   plácida los dejó un poco desconcertados.
 -Hola, Mateo. ¿Has visto a Tutankamón? -pre-  -Hola, queridos: ¡qué gusto verlos! ¿En qué
 guntó Diego y se escuchó el clic de la grabad ra.  andan? ¡Pasen!
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 -¿Al Faraón? -fue la respuesta del estudiante.


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