Page 118 - Trece Casos Misteriosos
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-No, gracias, señora Ema, es algo rápido. Solo                        Y golpearon en la puerta siguiente, la casa nú­
           queríamos preguntarle si ha visto a Tutankamón,                       mero cuatro, que no tenía timbre. Era la casa del
           que se perdió.                                                        escritor.
              -Y doña Doralisa está casi por morirse -aña-                          Cuando abrió la puerta, los niños se enfrentaron
           dió Josefa, lista para apretar el botón.                              a don Juan García Gómez con su chaqueta y panta­
              -¡Oh, noo! ¡Pobre gatito, y tan gordo que era!                     lones.arrugados como si hubiese dormido vestido.
              -¿Era?-Josefa encendió la grabadora.                                  -¿Y esta sorpresa? ¡Adelante! -dijo el escri­
              -¿No me dicen que se murió? -preguntó la                           tor. Y sin esperar respuesta caminó hacia el inte­
            señora, desconcertada.                                               rior de su casa.
              -Le dijimos que la que está por morirse es la                        Los niños tuvieron que seguirlo. Entraron al li­
            señora Doralisa, pero de pena -le contestó Diego.                    ving, donde había una mesa llena de papeles, una
               -¡Ahhh! Ya entiendo, no es para menos _:_sus­                     máquina de escribir, una silla y, arrimado también
            piró la señora Ema.                                                  a la mesa, un confortable sofá lleno de cojines.
               -Entonces, ¿no ha  visto al gato? -insistió                         -Esta ha sido mi cama, a ratos, durante la no­
            Diego.                                                               che. Por eso estoy tan ... -García Gómez trató de
               -No lo he visto ni lo he escuchado.                              estirar su chaqueta.
               -Pero si anoche todo el barrio oyó sus maulli-                      -¿Estaba  estudiando? -le preguntó Josefa,
            dos -se extrañó Josefa.                                             acordándose de Mateo.
               -Yo dormí como una piedra: ¡mi hijo Serafín                         -¿Estudiando? Si lo quieres llamar  así. Estu­
            me anunció visita! -sonrió feliz-. Ustedes saben                    diaba los caracterés de los personajes de mi novela
            que él vive en el norte, y estoy tan contenta, que                  -le contestó el escritor, bostezando.
            anoche podrían haber maullado treinta gatos y me                       -¿No  escuchó usted, durante su noche de
            habría parecido un concierto de violines, ¡ja, ja!                  trabajo, los maullidos del gato de doña Doralisa?
               La puerta se cerró suavemente y la escucharon                    -preguntó Diego, haciéndose el casual.
            cantar. Los jóvenes detectives, algo perplejos, si­                    El escritor los quedó mirando: ¡se veía tan diver­
            guieron su camino hacia la casa número cuatro.                      tido con su ropa entera  arrugada, un bototo negro
               -¡Algo no encaja! Mis células grises están con­                  a medio abrochar en un pie y un calcetín a rayas
             fundidas -refunfó Diego.                                           por donde asomaba el dedo gordo en el otro! Tenía
               -Déjate de imitar a Hércules Poirot -se burló                    además la camisa blanca fuera del pantalón y su
             su hermana.                                                        cabello largo y crespo en desorden. Los niños no
                                                                                pudieron disimular una sonrisa.



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