Page 119 - Trece Casos Misteriosos
P. 119

-No, gracias, señora Ema, es algo rápido. Solo  Y golpearon en la puerta siguiente, la casa nú­
 queríamos preguntarle si ha visto a Tutankamón,   mero cuatro, que no tenía timbre. Era la casa del
 que se perdió.   escritor.
 -Y doña Doralisa está casi por morirse -aña-  Cuando abrió la puerta, los niños se enfrentaron
 dió Josefa, lista para apretar el botón.   a don Juan García Gómez con su chaqueta y panta­
 -¡Oh, noo! ¡Pobre gatito, y tan gordo que era!   lones.arrugados como si hubiese dormido vestido.
 -¿Era?-Josefa encendió la grabadora.  -¿Y esta sorpresa? ¡Adelante! -dijo el escri­
 -¿No me dicen que se murió? -preguntó la   tor. Y sin esperar respuesta caminó hacia el inte­
 señora, desconcertada.   rior de su casa.
 -Le dijimos que la que está por morirse es la  Los niños tuvieron que seguirlo. Entraron al li­
 señora Doralisa, pero de pena -le contestó Diego.   ving, donde había una mesa llena de papeles, una
 -¡Ahhh! Ya entiendo, no es para menos _:_sus­  máquina de escribir, una silla y, arrimado también
 piró la señora Ema.   a la mesa, un confortable sofá lleno de cojines.
 -Entonces, ¿no ha  visto al gato? -insistió  -Esta ha sido mi cama, a ratos, durante la no­
 Diego.      che. Por eso estoy tan ... -García Gómez trató de
 -No lo he visto ni lo he escuchado.  estirar su chaqueta.
 -Pero si anoche todo el barrio oyó sus maulli-  -¿Estaba  estudiando? -le preguntó Josefa,
 dos -se extrañó Josefa.   acordándose de Mateo.
 -Yo dormí como una piedra: ¡mi hijo Serafín  -¿Estudiando? Si lo quieres llamar  así. Estu­
 me anunció visita! -sonrió feliz-. Ustedes saben   diaba los caracterés de los personajes de mi novela
 que él vive en el norte, y estoy tan contenta, que   -le contestó el escritor, bostezando.
 anoche podrían haber maullado treinta gatos y me   -¿No  escuchó usted, durante su noche de
 habría parecido un concierto de violines, ¡ja, ja!   trabajo, los maullidos del gato de doña Doralisa?
 La puerta se cerró suavemente y la escucharon   -preguntó Diego, haciéndose el casual.
 cantar. Los jóvenes detectives, algo perplejos, si­  El escritor los quedó mirando: ¡se veía tan diver­
 guieron su camino hacia la casa número cuatro.   tido con su ropa entera  arrugada, un bototo negro
 -¡Algo no encaja! Mis células grises están con­  a medio abrochar en un pie y un calcetín a rayas
 fundidas -refunfó Diego.   por donde asomaba el dedo gordo en el otro! Tenía
 -Déjate de imitar a Hércules Poirot -se burló  además la camisa blanca fuera del pantalón y su
 su hermana.   cabello largo y crespo en desorden. Los niños no
            pudieron disimular una sonrisa.



                                                         117
 116
   114   115   116   117   118   119   120   121   122   123   124