Page 118 - Quique Hache Detective
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-No hables -le dije-,  tenemos que sa­
              lir de aquí.
                     -¿Tú?  ¿Tú  no  eres  de  los  mismos?
              -preguntó con voz débil.
                     -No hables -le ordené-. Tenemos que
              apurarnos.                                                                             22
                     -¿Los guardias? -preguntó ella.
                     -Están adelante, comiendo sopaipillas.
                     Demoré  en  desatar  los  nudos.  Charo                          C    uando yo era niño le temía a la os­
              estaba pálida.                                                  curidad. Me dejaban dormir con la luz del ve­
                     -He comido sólo pan -dijo.                               lador encendida.  La Gertru decía  que se  me
                     La ayudé a levantarse y después de es­                   pasaría  cuando  creciera.  Crecí,  ahora  tengo
              tirarse recobró fuerzas. Salimos al patio. El si­               quince  años,  una edad como para no  tenerle
              lencio era completo,  excepto por los ladridos                  miedo  a  la  oscuridad  en  teoría,  pero  en  la
              de los perros a lo lejos. La única solución era                 práctica sigo igual.
              saltar  el  portón,  pero  parecía  muy  alto.  Le                     Con Charo estábamos amarrados en la
              pregunté si era capaz de hacerlo. Ella arrugó                   oscuridad de la bodega. Escuchábamos detrás
              la nariz y con una mirada de taladro me dejó                    de  las  cajas  a  alguien  que  nos  vigilaba  y  al
              claro que la pregunta la ofendía.                               mismo  tiempo  intentaba  sintonizar  una  ra­
                     Subimos dificultosamente. Al otro  la­                   dio,  pero  no  quedaba  conforme,  hasta  que
              do  llegamos  a  un  callejón  oscuro.  Cuando                  encontró una canción de Juan Gabriel que le
              puse otra vez los pies en la tierra,  Charo me                  interesó. De más lejos llegaba el ruido de vo­
              esperaba con una expresión rara en la cara. Le                  ces haciendo llamadas urgentes por teléfono.
              pregunté qué le pasaba. Ella estiró el mentón                   Después se acercaron hasta nosotros.
              indicándome  hacia adelante.  Enfrente tenía­                          -Tenemos  al  detective  privado  tam­
              mos a los dos empleados y al guardia, con sus                  bién -se rió indicándome uno de los emplea­
              linternas, sonriéndonos. Uno de ellos todavía                  dos-.  Estamos todos entonces,  el  único  que
              masticaba su sopaipilla.                                       falta es Cachito. Por lo tanto, si quieren salir


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