Page 117 - Quique Hache Detective
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alegres, hasta la vereda.  Rodearon el carrito y
 a la mujer. Las sopaipillas se freían con escán­
 dalo en la sartén. Era el momento que estaba
 esperando. Llegué al portón de la bodega por
 un costado y entré.  Los empleados y el guar­
 dia  seguían  conversando,  riéndose  junto  al
 carrito. A uno de ellos le escuché decir:
 -Estas son las  mejores  sopaipillas que
 he probado, tía, debería exportarlas.
 Corrí  hacia  el  interior  sin  que  nadie
 me viera.  Adentro  sólo  encontré  cajas cerra­
 das de  codos los tamaños.  El  televisor seguía
 encendido  en  el  tenis,  pero no  me detuve  a
 mirarlo.  Por  un  momento  pensé  que  estaba
 equivocado.  La  bodega  continuaba  por  una
 puerta  hacia  otras  dependencias y a  un  am­
 plio patio donde encontré estacionados, fren­
 te a un portón, dos camiones con los colores
 plateados y las franjas amarillas de la empresa
 en los costados. No estaba allí lo que buscaba
 y me desesperé. En ese momento vi en la de­
 pendencia interior,  sobre la pared,  los brillos
 de  un  televisor  encendido.  Llegué  hasta  el
 rincón más alejado,  rodeado de cajas y neu­
 máticos. Sobre un catre de metal estaba Cha­
 ro, mirando sin ganas la televisión, amarrada
 de una mano y de una pierna al catre. Al ver­
 me se sorprendió.


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