Page 83 - Crónicas de Narnia I - Junio 5to Básico
P. 83

habían utilizado esa tarde en la marcha desde la colina de la Mesa de Piedra.
                  Una y otra vez él las hizo internarse entre oscuras sombras para volver luego a
                  la pálida luz de la luna, mientras un espeso rocío mojaba sus pies. De alguna
                  manera él se veía diferente del Aslan que ellas conocían. Su cabeza y su cola
                  estaban inclinadas y su paso era lento, como si estuviera muy, muy cansado...
                  Entonces, cuando atravesaban un amplio claro en el que no había sombras que
                  permitieran esconderse, se detuvo y miró a su alrededor. No había una buena
                  razón para huir, así es que las dos niñas fueron hacia él. Cuando se acercaron,
                  Aslan les dijo:
                        —Niñas, niñas, ¿por qué me siguen?
                        —No podíamos dormir —le dijo Lucía, y tuvo la certeza de que no
                  necesitaba decir nada más y que Aslan sabía lo que ellas pensaban.
                        —Por favor, ¿podemos ir con usted, dondequiera que vaya? —rogó
                  Susana.
                        —Bueno... —dijo Aslan, mientras parecía reflexionar. Entonces agregó—:
                  Me gustaría mucho tener compañía esta noche. Sí; pueden venir si me
                  prometen detenerse cuando yo se los diga y, después, dejarme continuar solo.
                        —¡Oh! ¡Gracias, gracias! Se lo prometemos —dijeron las dos niñas.
                        Siguieron adelante, cada una a un lado del León. Pero ¡qué lento era su
                  caminar! Llevaba su gran y real cabeza tan inclinada que su nariz casi tocaba el
                  pasto. Incluso tropezó y emitió un fuerte quejido.
                        —¡Aslan! ¡Querido Aslan! —dijo Lucía—. ¿Qué pasa? ¿Por qué no nos
                  cuenta lo que sucede?
                        —¿Está enfermo, querido Aslan? —preguntó Susana.
                        —No  —dijo Aslan—. Estoy triste y abatido. Pongan sus manos en mi
                  melena para que pueda sentir que están cerca de mí y caminemos.
                        Entonces las niñas hicieron lo que jamás se habrían atrevido a hacer sin su
                  permiso, pero que anhelaban desde que lo conocieron: hundieron sus manos
                  frías en ese hermoso mar de pelo y lo acariciaron suavemente; así, continuaron
                  la marcha junto a él. Momentos después advirtieron que subían la ladera de la
                  colina en la cual estaba la Mesa de Piedra. Iban por el lado en que los árboles
                  estaban cada vez más separados a medida que se ascendía. Cuando estuvieron
                  junto al último árbol (era uno a cuyo alrededor crecían algunos arbustos),
                  Aslan se detuvo y dijo:
                        —¡Oh niñas, niñas! Aquí deben quedarse. Pase lo que pase, no se dejen
                  ver. Adiós.
                        Las dos niñas lloraron amargamente (sin saber en realidad por qué),
                  abrazaron al León y besaron su melena, su nariz, sus manos y sus grandes ojos
                  tristes. Luego él se alejó de ellas y subió a la cima de la colina. Lucía y Susana se
                  escondieron detrás de los arbustos, y esto fue lo que vieron.
                        Una gran multitud rodeaba la Mesa de Piedra y, aunque la luna
   78   79   80   81   82   83   84   85   86   87   88