Page 74 - Crónicas de Narnia I - Junio 5to Básico
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monstruo y, con su espada, le asestó una estocada en el costado. El golpe no
                  alcanzó al Lobo. Rápido como un rayo, éste se volvió con los ojos llameantes y
                  su enorme boca abierta en un rugido de furia. Si no hubiera estado cegado por
                  la rabia, que sólo le permitía rugir, se habría lanzado directo a la garganta de su
                  enemigo. Por eso fue que —aunque todo sucedió demasiado rápido para que él
                  lo alcanzara a pensar— Pedro tuvo el tiempo preciso para bajar la cabeza y
                  enterrar su espada, tan fuertemente como pudo, entre las dos patas delanteras
                  de la bestia, directo en su corazón. Entonces sobrevino un instante de horrible
                  confusión, como una pesadilla. El daba un tirón tras otro a su espada y el Lobo
                  no parecía ni vivo ni muerto. Los dientes del animal se encontraban junto a la
                  frente de Pedro y alrededor de él todo era pelo, sangre y calor. Un momento
                  después descubrió que el monstruo estaba muerto y que él ya había retirado su
                  espada. Se enderezó y enjugó el sudor de su cara y de sus ojos. Sintió que lo
                  invadía un cansancio mortal.
                        En un instante Susana bajó del árbol. Ella y Pedro estaban trémulos
                  cuando se encontraron frente a frente. Y no voy a decir que no hubo besos y
                  llantos de parte de ambos. Pero en Narnia nadie piensa nada malo por eso.
                        —¡Rápido! ¡Rápido! —gritó Aslan—. ¡Centauros, Águilas! Veo otro lobo
                  en los matorrales. ¡Ahí, detrás! Ahora se ha dado vuelta. ¡Síganlo todos! El irá
                  donde su ama. Ahora es la oportunidad de encontrar a la Bruja y rescatar al
                  cuarto Hijo de Adán.
                        Instantáneamente, con un fuerte ruido de cascos y un batir de alas, una
                  docena o más de veloces criaturas desaparecieron en la creciente oscuridad.
                        Pedro, aún sin aliento, se dio vuelta y se encontró con Aslan a su lado.
                        —Has olvidado limpiar tu espada —dijo Aslan.
                        Era verdad. Pedro enrojeció cuando miró la brillante hoja y la vio toda
                  manchada con la sangre y el pelo del Lobo. Se agachó y la restregó y la limpió
                  en el pasto; luego la frotó y la secó en su chaqueta.
                        —Dámela y arrodíllate, Hijo de Adán —dijo Aslan. Cuando Pedro lo
                  hubo hecho, lo tocó con la hoja y añadió—: Levántate, Señor Pedro Fenris-
                  Bane. Pase lo que pase, nunca olvides limpiar tu espada.
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