Page 73 - Crónicas de Narnia I - Junio 5to Básico
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Con su espada todavía en la mano, Pedro siguió al León hacia la orilla
                  oeste de la cumbre de la colina, y una hermosa vista se presentó ante sus ojos.
                  El sol se ponía a sus espaldas, lo cual  significaba que ante ellos todo el país
                  estaba envuelto en la luz del atardecer..., bosques, colinas y valles alrededor del
                  gran río que ondulaba como una serpiente de plata. Más allá, millas más lejos,
                  estaba el mar, y entre el cielo y el mar, cientos de nubes que con los reflejos del
                  sol poniente adquirían un maravilloso color rosa. Justo en el lugar en que la
                  tierra de Narnia se encontraba con el mar —en la boca del gran río— había
                  algo que brillaba en una pequeña colina. Brillaba porque era un castillo y, por
                  supuesto, la luz del sol se reflejaba en todas las ventanas que miraban hacia el
                  poniente, donde se encontraba Pedro.  A éste le pareció más bien una gran
                  estrella que descansaba en la playa.
                        —Eso, ¡oh Hombre! —dijo Aslan—, es el castillo de Cair Paravel con sus
                  cuatro tronos, en uno de los cuales  tú deberás sentarte como Rey. Te lo
                  muestro porque eres el primogénito y serás el Rey Supremo sobre todos los
                  demás.
                        Una vez más, Pedro no dijo nada.  Luego un ruido extraño interrumpió
                  súbitamente el silencio. Era como una corneta de caza, pero más dulce.
                        —Es el cuerno de tu hermana —dijo Aslan a Pedro en voz baja, tan baja
                  que era casi un ronroneo, si no es falta de respeto pensar que un león pueda
                  ronronear.
                        Por un instante Pedro no entendió. Pero en ese momento vio avanzar a
                  todas las otras criaturas y oyó que Aslan decía agitando su garra:
                        —¡Atrás! ¡Dejen que el Príncipe gane su espuela!
                        Entonces comprendió y corrió tan rápido como le fue posible hacia el
                  pabellón. Allí se enfrentó a una visión espantosa.
                        Las Náyades y Dríades huían en todas direcciones. Lucía corrió hacia él
                  tan veloz como sus cortas piernas se lo permitieron, con el rostro blanco como
                  un papel. Después vio a Susana saltar y colgarse de un árbol, perseguida por
                  una enorme bestia gris. Pedro creyó en un comienzo que era un oso. Luego le
                  pareció un perro alsaciano, aunque era demasiado grande... Por fin se dio cuenta
                  de que era un lobo..., un lobo parado en sus patas traseras con sus garras
                  delanteras apoyadas contra el tronco del árbol, aullando y mordiendo. Todo el
                  pelo de su lomo estaba erizado. Susana no había logrado subir más arriba de la
                  segunda rama. Una de sus piernas colgaba hacia abajo y su pie estaba a sólo
                  centímetros de aquellos dientes que  amenazaban con morder. Pedro se
                  preguntaba por qué ella no subía más o, al menos, no se afirmaba mejor,
                  cuando cayó en la cuenta de que estaba a punto de desmayarse, y sí se
                  desmayaba, caería al suelo.
                        Pedro no se sentía muy valiente; en realidad se sentía enfermo. Pero esto
                  no cambiaba en nada lo que tenía que hacer. Se abalanzó derecho contra el
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