Page 72 - Crónicas de Narnia I - Junio 5to Básico
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—Adelante —dijo el Castor.
                        —No —susurró Pedro—. Usted primero.
                        —No, los Hijos de Adán antes que los animales.
                        —Susana —murmuró Pedro—. ¿Y tú? Las señoritas primero.
                        —No, tú eres el mayor.
                        Y mientras más demoraban en decidirse, más incómodos se sentían. Por
                  fin Pedro se dio cuenta de que esto le correspondía a él. Sacó su espada y la
                  levantó para saludar.
                        —Vengan —dijo a los demás—. Todos juntos.
                        Avanzó hacia el León y dijo:
                        —Hemos venido..., Aslan.
                        —Bien venido, Pedro, Hijo de Adán —dijo Aslan—. Bien venidas, Susana
                  y Lucía. Bien venidos, El-Castor y Ella-Castor.
                        Su voz era rica y profunda y de algún modo les quitó la angustia. Ahora se
                  sentían contentos y tranquilos y no les incomodaba quedarse inmóviles sin
                  decir nada.
                        —¿Dónde está el cuarto? —preguntó Aslan.
                        —El ha tratado de traicionar a sus hermanos y de unirse a la Bruja Blanca,
                  ¡oh Aslan! —dijo el Castor.
                        Entonces algo hizo a Pedro decir:
                        —En parte fue por mi culpa, Aslan. Yo estaba enojado con él y pienso
                  que eso lo impulsó en un camino equivocado.
                        Aslan no dijo nada; ni para excusar a Pedro ni para culparlo. Solamente lo
                  miró con sus grandes ojos dorados. A todos les pareció que no había más que
                  decir.
                        —Por favor..., Aslan —dijo Lucía—. ¿Hay algo que se pueda hacer para
                  salvar a Edmundo?
                        —Se hará todo lo que se pueda —dijo Aslan—. Pero es posible que
                  resulte más difícil de lo que ustedes piensan.
                        Luego se quedó nuevamente en silencio por algunos momentos. Hasta
                  entonces, Lucía había pensado cuan majestuosa, fuerte y pacífica parecía su
                  cara. Ahora, de pronto, se le ocurrió que también se veía triste. Pero, al minuto
                  siguiente, esa expresión había desaparecido. El León sacudió su melena, golpeó
                  sus garras (“¡Terribles garras —pensó  Lucía— si él no supiera como
                  suavizarlas!"), y dijo:
                        —Mientras tanto, que el banquete sea preparado. Señoras, lleven a las
                  Hijas de Eva al Pabellón y provéanlas de lo necesario.
                        Cuando las niñas se fueron, Aslan posó su garra —y a pesar de que lo
                  hacía con suavidad, era muy pesada— en el hombro de Pedro y dijo:
                        —Ven, Hijo de Adán, y te mostraré a la distancia el castillo donde serás
                  Rey.
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