Page 69 - Crónicas de Narnia I - Junio 5to Básico
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XII  LA PRIMERA BATALLA DE PEDRO



                  Mientras el Enano y la Bruja Blanca hablaban, a millas de distancia los Castores
                  y los niños seguían caminando, hora tras hora, como en un hermoso sueño.
                  Hacía ya mucho que se habían despojado de sus abrigos. Ahora ni siquiera se
                  detenían para exclamar "¡Allí hay un martín pescador!", "¡Miren cómo crecen
                  las campanitas!", "¿Qué aroma tan agradable es ése? "o "¡Escuchen a ese
                  tordo!"... Caminaban en silencio aspirándolo todo; cruzaban terrenos abiertos a
                  la luz y el calor del sol, y se introducían en fríos, verdes y espesos bosquecillos,
                  para salir de nuevo a anchos espacios cubiertos de musgo a cuyo alrededor se
                  alzaban altos olmos muy por encima del frondoso techo; luego atravesaban
                  densas masas de groselleros floridos  y espesos espinos blancos, cuyo dulce
                  aroma era casi abrumador.
                        Al igual que Edmundo, se habían sorprendido al ver que el invierno
                  desaparecía y el bosque entero pasaba, en pocas horas, de mayo a octubre. Por
                  cierto, ni siquiera sabían (como lo sabía la Bruja) que esto era lo que debía
                  suceder con la llegada de Aslan a Narnia. Sin embargo, todos tenían conciencia
                  de que eran los poderes de la Bruja los que mantenían ese invierno sin fin. Por
                  eso cuando esta mágica primavera estalló, todos supusieron que algo había
                  resultado mal, muy mal, en los planes  de la Bruja. Después de ver que el
                  deshielo continuaba durante un buen tiempo, ellos se dieron cuenta de que la
                  Bruja no podría utilizar más su trineo. Entonces ya no se apresuraron tanto y se
                  permitieron descansos más frecuentes y algo más largos. Estaban muy cansados,
                  por supuesto, pero no lo que yo llamo  exhaustos...; sólo lentos y soñadores,
                  tranquilos interiormente, como se siente  uno al final de un largo día al aire
                  libre. Sólo Susana tenía una pequeña herida en un talón.
                        Antes, ellos se habían desviado del curso del río un poco hacia la derecha
                  (esto significaba un poco hacia el sur) para llegar al lugar donde estaba la Mesa
                  de Piedra. Y aunque ése no hubiera  sido el camino, no habrían podido
                  continuar por la orilla del río una vez  que empezó el deshielo. Con toda la
                  nieve derretida, el río se convirtió muy pronto en un torrente —un maravilloso
                  y rugiente torrente amarillo—, y dentro de poco el sendero que seguían estaría
                  inundado.
                        Ahora que el sol estaba bajo, la luz se tornó rojiza, las sombras se
                  alargaron y las flores comenzaron a pensar en cerrarse.
                        —No falta mucho ya —dijo el Castor, mientras los guiaba colina arriba,
                  sobre un musgo profundo y elástico (lo percibían con mucho agrado bajo sus
                  cansados pies), hacia un lugar donde crecían inmensos árboles, muy distantes
                  entre sí. La subida, al final del día, los hizo jadear y respirar con dificultad. Justo
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