Page 64 - Crónicas de Narnia I - Junio 5to Básico
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ellos si los encuentran!
—Escucho y obedezco, ¡oh, Reina! —gruñó el Lobo.
Inmediatamente salió disparado, tan rápido como galopa un caballo. En
pocos minutos había llamado a otro lobo y momentos después ambos estaban
en el dique y husmeaban la casa del Castor. Por supuesto, la encontraron vacía.
Para el Castor, su mujer y los niños habría sido horroroso si la noche se hubiera
mantenido clara, porque los lobos podrían haber seguido sus huellas... con todas
las posibilidades de alcanzarlos antes de que ellos llegaran a la cueva. Pero ahora
había comenzado nuevamente a nevar y todos los rastros y pisadas habían
desaparecido.
Mientras tanto el enano azotaba a los renos y el trineo salía llevando a la
Bruja y a Edmundo. Pasaron bajo el arco y luego siguieron adelante en medio
del frío y de la oscuridad. Para Edmundo, que no tenía abrigo, fue un viaje
horrible. Antes de un cuarto de hora de camino estaba cubierto de nieve... Muy
pronto dejó de sacudírsela de encima, pues en cuanto lo hacía, se acumulaba
nuevamente sobre él.
Era en vano y estaba tan cansado... En poco rato estuvo mojado hasta los
huesos. ¡Oh, qué desdichado era! Ya no creía, en absoluto, que la Reina tuviera
intención de hacerlo Rey. Todo lo que ella le había dicho para hacerle creer
que era buena y generosa y que su lado era realmente el lado bueno, le parecía
estúpido. En ese momento habría dado cualquier cosa por juntarse con los
demás..., ¡incluso con Pedro! Su único consuelo consistía en pensar que todo
esto era sólo un mal sueño del que despertaría en cualquier momento. Y como
siguieron adelante hora tras hora, todo llegó a parecerle como si efectivamente
fuera un sueño.
Esto se prolongó mucho más de lo que yo podría describir, aunque
utilizara páginas y páginas para relatarlo. Pero aun así, pasaría por alto el
momento en que dejó de nevar cuando llegó la mañana, y ellos corrían
velozmente a la luz del día. Los viajeros fueron aún más y más adelante, sin
hacer ningún ruido, excepto el perpetuo silbido de la nieve y el crujido de los
arneses de los renos. Y entonces, al fin, la Bruja dijo:
—¿Qué tenemos aquí? ¡Alto!
Y se detuvieron.
Edmundo esperaba con ansias que ella dijera algo sobre la necesidad de
desayunar. Pero eran muy diferentes las razones que la habían hecho detenerse.
Un poco más allá, a los pies de un árbol, se desarrollaba una alegre fiesta. Una
pareja de ardillas con sus niños, dos sátiros, un enano y un viejo zorro estaban
sentados en sus pisos alrededor de una mesa. Edmundo no alcanzaba a ver lo
que comían, pero el aroma era muy tentador. Le parecía divisar algo como un
plum pudding y también decoraciones de acebo. Cuando el trineo se detuvo, el
Zorro, que era evidentemente el más anciano, se estaba levantando con un vaso