Page 65 - Crónicas de Narnia I - Junio 5to Básico
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en la mano como si fuera a pronunciar unas palabras. Pero cuando todos los
que se encontraban en la fiesta vieron el trineo y a la persona que viajaba en él,
la alegría desapareció de sus rostros.
El papá ardilla se quedó con el tenedor en el aire y los pequeños dieron
alaridos de terror.
—¿Qué significa todo esto? —preguntó la Reina, Nadie contestó.
—¡Hablen, bichos asquerosos! ¿O desean que mi enano les busque la
lengua con su látigo? ¿Qué significa toda esta glotonería, este despilfarro, este
desenfreno? ¿De dónde sacaron todo esto?
—Por favor, su Majestad —dijo el Zorro—, nos lo dieron. Y si yo me
atreviera a ser tan audaz como para beber a la salud de su Majestad...
—¿Quién les dio todo esto? —interrumpió la Bruja. —S-S-Santa Claus
—tartamudeó el Zorro.
—¿Qué? —gruñó la Bruja. Saltó del trineo y dio grandes trancos hacia los
aterrados animales—. ¡El no ha estado aquí! ¡No puede haber estado aquí!
¡Cómo se atreven...! ¡Digan que han mentido y los perdonaré ahora mismo!
En ese momento, uno de los pequeños hijos de la pareja de ardillas perdió
la cabeza por completo.
—¡Ha venido! ¡Ha venido! —gritaba golpeando su cucharita contra la
mesa.
Edmundo vio que la Bruja se mordía el labio hasta que una gota de sangre
apareció en su blanco rostro. Entonces levantó su vara.
—¡Oh! ¡No lo haga! ¡Por favor, no lo haga! —gritó Edmundo; pero
mientras suplicaba, ella agitó su vara y, en un instante, en el lugar donde se
desarrollaba la alegre fiesta había sólo estatuas de criaturas (una con el tenedor
a medio camino hacia su boca de piedra) sentadas alrededor de una mesa de
piedra, con platos de piedra y un plum pudding de piedra.
—En cuanto a ti —dijo la Bruja a Edmundo, dándole un brutal golpe en la
cara cuando volvió a subir al trineo—, ¡que esto te enseñe a interceder en favor
de espías y traidores! ¡Continuemos!
Edmundo, por primera vez en el transcurso de esta historia, tuvo piedad
por alguien que no era él. Era tan lamentable pensar en esas pequeñas figuras
de piedra, sentadas allí durante días silenciosos y oscuras noches, año tras año,
hasta que se desmoronaran o sus rostros se borraran.
Ahora avanzaban constantemente otra vez. Pronto Edmundo observó que
la nieve que salpicaba el trineo en su veloz carrera estaba más deshecha que la
de la noche anterior. Al mismo tiempo advirtió que sentía mucho menos frío y
que se acercaba una espesa niebla. En efecto, minuto a minuto aumentaba la
neblina y también el calor. El trineo ya no se deslizaba tan bien como unos
momentos antes. Al principio pensó que quizás los renos estaban cansados,
pero pronto se dio cuenta de que no era ésa la verdadera razón. El trineo