Page 66 - Crónicas de Narnia I - Junio 5to Básico
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avanzaba a tirones, se arrastraba y se bamboleaba como si hubiera chocado con
                  una piedra. A pesar de los latigazos que el enano propinaba a los renos, el
                  trineo iba más y más lentamente. También parecía oírse un curioso ruido, pero
                  el estrépito del trineo con sus tirones y bamboleos, y los gritos del enano para
                  apurar a los renos, impidieron que Edmundo pudiera distinguir qué clase de
                  sonido era, hasta que, de pronto, el trineo se atascó tan fuertemente que no
                  hubo forma de seguir. Entonces sobrevino un momento de silencio. Y en ese
                  silencio, Edmundo, por fin, pudo escuchar claramente. Era un ruido extraño,
                  suave, susurrante y continuo... y, sin embargo, no tan extraño, porque él lo
                  había escuchado antes. Rápidamente, recordó. Era el sonido del agua que corre.
                  Alrededor de ellos, por todas partes aunque fuera de su vista, los riachuelos
                  cantaban, murmuraban, burbujeaban, chapoteaban y aun (en la distancia)
                  rugían. Su corazón dio un gran salto (a pesar de que él no supo por qué)
                  cuando se dio cuenta de que el hielo se había deshecho. Y mucho más cerca
                  había un  drip-drip-drip  desde las ramas de todos los árboles. Entonces miró
                  hacia uno de ellos y vio que una gran carga de nieve se deslizaba y caía y, por
                  primera vez desde que había llegado a Narnia, contempló el color verde oscuro
                  de un abeto. Pero no tuvo tiempo de escuchar ni de observar nada más porque
                  la Bruja gritó:
                        —¡No te quedes ahí sentado con la mirada fija, tonto! ¡Ven a ayudar!
                        Por supuesto, Edmundo tuvo que obedecer. Descendió del trineo y
                  caminó sobre la nieve —aunque realmente ésta era algo muy blando y muy
                  mojado— y ayudó al Enano a tirar del trineo para sacarlo del fangoso hoyo en
                  que había caído. Lo lograron por fin. El Enano golpeó con su látigo a los renos
                  con gran crueldad y así consiguió poner el trineo de nuevo en movimiento.
                  Avanzaron un poco más. Ahora la nieve estaba deshecha de veras y en todas
                  direcciones comenzaban a aparecer terrenos cubiertos de pasto verde. A menos
                  que uno haya contemplado un mundo de nieve durante tanto tiempo como
                  Edmundo, difícilmente sería capaz de imaginar el alivio que significan esas
                  manchas verdes después del interminable blanco.
                        Pero entonces el trineo se detuvo una vez más.
                        —Es imposible continuar, su Majestad —dijo el Enano— No podemos
                  deslizamos con este deshielo.
                        —Entonces, caminaremos —dijo la Bruja.
                        —Nunca los alcanzaremos si caminamos —rezongó el Enano—. No con
                  la ventaja que nos llevan.
                        —¿Eres mi consejero o mi esclavo? —preguntó la Bruja—. Haz lo que te
                  digo. Amarra las manos de la criatura humana a su espalda y sujeta tú la cuerda
                  por el otro extremo. Toma tu látigo  y quita los arneses a los renos. Ellos
                  encontrarán fácilmente el camino de regreso a casa.
                        El Enano obedeció. Minutos más tarde, Edmundo se veía forzado a
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