Page 60 - Crónicas de Narnia I - Junio 5to Básico
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—¡Todo está bien! —gritó—. ¡Salga, señora Castora! ¡Salgan, Hijos e Hijas
de Adán y Eva! Todo está bien. No es suya.
Por supuesto eso fue un atentado contra la gramática, pero así hablan los
Castores cuando están excitados; quiero decir en Narnia..., en nuestro mundo
ellos no hablan...
La señora Castora y los niños se atropellaron para salir de la cueva. Todos
pestañearon a la luz del día. Estaban cubiertos de tierra, desaliñados,
despeinados y con el sueño reflejado en sus ojos.
—¡Vengan! —gritaba el Castor, que por poco no bailaba de gusto—.
¡Vengan a ver! ¡Este es un golpe feo para la Bruja! Parece que su poder se está
desmoronando.
—¿Qué quiere decir, señor Castor? —preguntó Pedro anhelante, mientras
todos juntos trepaban por la húmeda ladera del valle.
—¿No les dije —respondió el Castor—que ella mantenía siempre el
invierno y no había nunca Navidad? ¿No se los dije? ¡Bien, vengan a mirar
ahora!
Todos estaban ahora en lo alto y vieron...
Era un trineo y eran renos con campanas en sus arneses. Pero éstos eran
mucho más grandes que los renos de la Bruja, y no eran blancos sino de color
café. En el asiento del trineo se encontraba una persona a quien reconocieron
en el mismo instante en que la vieron. Era un hombre muy grande con un traje
rojo (brillante como la fruta del acebo), con un capuchón forrado en piel y una
barba blanca que caía como una cascada sobre su pecho. Todos lo conocían
porque, aunque a esta clase de personas sólo se las ve en Narnia, sus retratos
circulan incluso en nuestro mundo..., en el mundo a este lado del armario. Pero
cuando ustedes los ven realmente en Narnia, es algo muy diferente. Algunos de
los retratos de Santa Claus en nuestro mundo muestran sólo una imagen
divertida y feliz. Pero ahora los niños, que lo miraban fijamente, pensaron que
era muy distinto..., tan grande, tan alegre, tan real. Se quedaron inmóviles y se
sintieron muy felices, pero también muy solemnes.
—He venido por fin —dijo él—. Ella me ha mantenido fuera de aquí por
un largo tiempo, pero al fin logré entrar. Aslan está en movimiento. La magia
de ella se está debilitando.
Lucía sintió un estremecimiento de profunda alegría. Algo que sólo se
siente si uno es solemne y guarda silencio.
—Ahora —dijo Santa Claus—, sus regalos. Aquí hay una máquina de
coser nueva y mejor para usted, señora Castora. Se la dejaré en su casa, al pasar.
—Por favor, señor —dijo la Castora haciendo una reverencia—, mi casa
está cerrada.
—Cerraduras y pestillos no tienen importancia para mí —contestó Santa
Claus—. Usted, señor Castor, cuando regrese a su casa encontrará su dique