Page 61 - Crónicas de Narnia I - Junio 5to Básico
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terminado y reparado, con todas las goteras detenidas. También le colocaré una
                  nueva compuerta.
                        El Castor estaba tan complacido  que abrió su boca muy grande y
                  descubrió entonces que no podía decir ni una palabra.
                        —Tú, Pedro, Hijo de Adán —dijo Santa Claus.
                        —Aquí estoy, señor.
                        —Estos son tus regalos. Son instrumentos y no juguetes. El tiempo de
                  usarlos tal vez se acerca. Consérvalos bien.
                        Con estas palabras entregó a Pedro un escudo y una espada. El escudo era
                  del color de la plata y en él aparecía  la figura de un león rampante, rojo y
                  brillante como una frutilla madura. La empuñadura de la espada era de oro, y
                  ésta tenía un estuche, un cinturón y todo lo necesario. Su tamaño y su peso
                  eran los adecuados para Pedro. Este  se mantuvo silencioso y muy solemne
                  mientras recibía sus regalos, pues se daba perfecta cuenta de que éstos eran
                  muy importantes.
                        —Susana, Hija de Eva —dijo Santa Claus—. Estos son para ti.
                        Y le entregó un arco, un carcaj lleno de flechas y un pequeño cuerno de
                  marfil.
                        —Tú debes usar el arco sólo en caso de extrema necesidad —le dijo—,
                  porque yo no pretendo que luches en  la batalla. Este no falla fácilmente.
                  Cuando pongas el cuerno en tus labios y soples, dondequiera que estés, alguna
                  ayuda vas a recibir.
                        Por último dijo:
                        —Lucía, Hija de Eva.
                        Lucía se acercó a él.
                        Le dio una pequeña botella que parecía de vidrio (pero la gente dijo más
                  tarde que era de diamante) y un pequeño puñal.
                        —En esta botella —le dijo— hay un bebida confortante, hecha del jugo
                  de la flor del fuego que crece en la montaña del sol. Si tú o alguno de tus
                  amigos es herido, con unas gotas de ella se restablecerá. El puñal es para que te
                  defiendas cuando realmente lo necesites. Porque tú tampoco vas a estar en la
                  batalla.
                        —¿Por qué, señor? —preguntó Lucía—. Yo pienso..., no lo sé..., pero creo
                  que puedo ser suficientemente valiente.
                        —Ese no es el punto —le contestó Santa Claus—. Las batallas son
                  horribles cuando luchan las mujeres.  Ahora —de pronto su aspecto se vio
                  menos grave—, aquí tienen algo para este momento y para todos.
                        Sacó (yo supongo que de una bolsa que guardaba detrás de él, pero nadie
                  vio bien lo que él hacía) una gran bandeja que contenía cinco tazas con sus
                  platillos, un azucarero, un jarro de  crema y una enorme tetera silbante e
                  hirviente. Entonces gritó:
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