Page 59 - Crónicas de Narnia I - Junio 5to Básico
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palpitaciones, y en un momento los cinco estuvieron adentro.
—¿Qué lugar es éste? —preguntó Pedro con voz que sonaba cansada y
pálida en la oscuridad. (Espero que ustedes sepan lo que yo quiero decir con
una voz que suena pálida.)
—Es un viejo escondite para castores, en los malos tiempos —dijo el
señor Castor—, y un gran secreto. El lugar no es muy cómodo, pero
necesitamos algunas horas de sueño.
—Si todos ustedes no hubieran organizado esa tremenda e insoportable
alharaca antes de partir, yo podría haber traído algunos cojines —dijo la
Castora.
Lucía pensaba que esa cueva no era nada de agradable, menos aún sí se la
comparaba con la del señor Tumnus... Era sólo un hoyo en la tierra, seco,
polvoriento y tan pequeño que, cuando todos se tendieron, se produjo una
confusión de pieles y ropa alrededor de ellos. Pero, a pesar de todo, estaban
abrigados y, después de esa larga caminata, se sentían allí bastante cómodos. ¡Si
sólo el suelo de la cueva hubiera sido más blando!
En medio de la oscuridad, la Castora tomó un pequeño frasco y lo pasó de
mano en mano para que los cinco bebieran un poco... La bebida provocaba tos,
hacía farfullar y picaba en la garganta; sin embargo uno se sentía
maravillosamente bien después de haberla tomado... Y todos se quedaron
profundamente dormidos.
A Lucía le pareció que sólo había transcurrido un minuto (a pesar de que
realmente fue horas y horas más tarde) cuando despertó. Se sentía algo helada,
terriblemente tiesa y añoraba un baño caliente. Le pareció que unos largos
bigotes rozaban sus mejillas y vio la fría luz del día que se filtraba por la boca
de la cueva.
Instantes después ella estaba completamente despierta, al igual que los
demás. En efecto, todos se encontraban sentados, con sus ojos y sus bocas muy
abiertos, escuchando un sonido..., precisamente el sonido que ellos creían (o
imaginaban) haber oído durante la caminata de la noche anterior. Era un sonido
de campanas.
En cuanto las escuchó, el Castor, como un rayo, saltó fuera de la cueva. A
lo mejor a ustedes les parece, como Lucía pensó por un momento, que ésta era
la mayor tontería que podía hacer. Pero, en realidad, era algo muy bien
pensado. Sabía que podía trepar hasta la orilla del río entre las zarzas y los
arbustos, sin ser visto, pues, por sobre todo, quería ver qué camino tomaba el
trineo de la Bruja. Sentados en la cueva, los demás esperaban ansiosos.
Transcurrieron cerca de cinco minutos. Entonces escucharon voces.
—¡Oh! —susurró Lucía—. ¡Lo han visto! ¡Ella lo ha atrapado!
La sorpresa fue grande cuando, un poco más tarde, oyeron la voz del
Castor que los llamaba desde afuera.