Page 58 - Crónicas de Narnia I - Junio 5to Básico
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—Bien, estoy casi lista —contestó la señora Castora, y al fin permitió que
su marido la ayudara a ponerse sus botas para la nieve—. Me imagino que la
máquina de coser es demasiado pesada para llevarla...
—Sí, lo es —dijo el Castor—. Mucho más que demasiado pesada. No
pretenderás usarla durante la fuga, supongo...
—No puedo siquiera soportar el pensamiento de que esa Bruja la toque
—dijo la señora Castora—, o la rompa, o se la robe..., lo crean o no.
—¡Oh, por favor, por favor, por favor! ¡Apresúrese! —exclamaron los tres
niños.
Por fin salieron y el Castor echó llave a la puerta ("Esto la demorará un
poco", dijo) y se fueron. Cada uno llevaba su bolsa sobre los hombros.
Había dejado de nevar y la luna salía cuando ellos comenzaron su marcha.
Caminaban en una fila..., primero el Castor; lo seguían, Lucía, Pedro y Susana,
en ese orden; la última era la señora Castora.
El Castor los condujo a través del dique, hacia la orilla derecha del río.
Luego, entre los árboles y a lo largo de un sendero muy escabroso,
descendieron por la ribera. Ambos lados del valle, que brillaban bajo la luz de
la luna, se elevaban sobre ellos.
—Lo mejor es que continuemos por este sendero mientras sea posible
—dijo el Castor—. Ella tendrá que mantenerse en la cima, porque nadie puede
traer un trineo aquí abajo.
Habría sido una escena magnífica si se la hubiera mirado a través de una
ventana y desde un cómodo sillón. Incluso, a pesar de las circunstancias, Lucía
se sintió maravillada en un comienzo. Pero como ellos caminaron..., caminaron
y caminaron, y el saco que cargaba en su espalda se le hizo más y más pesado,
empezó a preguntarse si sería capaz de continuar así. Se detuvo y miró la
increíble luminosidad del río helado, con sus caídas de agua convertidas en
hielo, los blancos conjuntos de árboles nevados, la enorme y brillante luna, las
incontables estrellas..., pero sólo pudo ver delante de ella las cortas piernas del
castor que iban —pad-pad-pad-pad— sobre la nieve como si nunca fueran a
detenerse.
La luna desapareció y comenzó nuevamente a nevar. Lucía estaba tan
cansada que casi dormía al mismo tiempo que caminaba. De pronto se dio
cuenta de que el Castor se alejaba de la ribera del río hacia la derecha y los
llevaba cerro arriba por una empinada cuesta, en medio de espesos matorrales.
Tiempo después, cuando ella despertó por completo, alcanzó a ver que el
Castor desaparecía en una pequeña cueva de la ribera, casi totalmente oculta
bajo los matorrales y que no se veía a menos que uno estuviera sobre ella. En
efecto, en el momento en que la niña se dio cuenta de lo que sucedía, ya sólo
asomaba su ancha y corta cola de castor. Lucía se detuvo de inmediato y se
arrastró después de él. Entonces, tras ella oyó ruidos de gateos, resoplidos y