Page 55 - Crónicas de Narnia I - Junio 5to Básico
P. 55
criatura larga y flexible que Edmundo tomó por un dragón. Se veían todos tan
extraños parados allí, como si estuvieran vivos y completamente inmóviles,
bajo el frío brillo de la luz de la luna. Todo era tan misterioso, tan espectral,
que no era nada fácil cruzar ese patio.
Justo en el centro había una figura enorme. Aunque tan alta como un
árbol, tenía forma de hombre, con una cara feroz, una barba hirsuta y una gran
porra en su mano derecha. A pesar de que Edmundo sabía que ese gigante era
sólo una piedra y no un ser vivo, no le agradó en absoluto pasar a su lado.
En ese momento vio una luz tenue que mostraba el vano de una puerta
en el lado más alejado del patio. Caminó hacia ese lugar. Se encontró con unas
gradas de piedra que conducían hasta una puerta abierta. Edmundo subió.
Atravesado en el umbral yacía un enorme lobo.
—¡Está bien! ¡Está bien! —murmuró—. Es sólo otro lobo de piedra. No
puede hacerme ningún daño.
Alzó un pie para pasar sobre él. Instantáneamente el enorme animal se
levantó con el pelo erizado sobre el lomo y abrió una enorme boca roja.
—¿Quién está ahí? ¿Quién está ahí? ¡Quédate quieto, extranjero, y dime
quién eres! —gruñó.
—Por favor, señor —dijo Edmundo; temblaba en tal foma que apenas
podía hablar—; mi nombre es Edmundo y soy el Hijo de Adán que su
Majestad encontró en el bosque el otro día. Yo he venido a traerle noticias de
mi hermano y mis hermanas. Están ahora en Narnia..., muy cerca, en la casa del
Castor. Ella..., ella quería verlos.
—Le diré a su Majestad —dijo el Lobo—. Mientras tanto, quédate quieto
aquí, en el umbral, si en algo valoras tu vida.
Entonces desapareció dentro de la casa. Edmundo permaneció inmóvil y
esperó con los dedos adoloridos por el frío y el corazón que martillaba en su
pecho. Pronto, el lobo gris, Fenris Ulf, el jefe de la policía secreta de la Bruja,
regresó de un salto y le dijo:
—¡Entra! ¡Entra! Afortunado favorito de la Reina... o quizás no tan
afortunado.
Edmundo entró con mucho cuidado para no pisar las garras del Lobo. Se
encontró en un salón lúgubre y largo, con muchos pilares. Al igual que el patio,
estaba lleno de estatuas. La más cercana a la puerta era un pequeño Fauno con
una expresión muy triste. Edmundo no pudo menos que preguntarse si éste no
sería el amigo de Lucía. La única luz que había allí provenía de una pequeña
lámpara, tras la cual estaba sentada la Bruja Blanca.
—He regresado, su Majestad —dijo Edmundo, adelantándose hacia ella.
—¿Cómo te atreves a venir solo? —dijo la Bruja con una voz terrible—.
¿No te dije que debías traer a los otros contigo?
—Por favor, su Majestad —dijo Edmundo—, hice lo que pude. Los he