Page 53 - Crónicas de Narnia I - Junio 5to Básico
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La luna alumbraba ahora más que nunca. La casa era en realidad un castillo con
                  una infinidad de torres. Pequeñas torres largas y puntiagudas se alzaban al cielo
                  como delgadas agujas. Parecían inmensos conos o gorros de bruja. Brillaban a la
                  luz de la luna y sus largas sombras se veían muy extrañas en la nieve. Edmundo
                  comenzó a sentir miedo de esa casa.
                        Pero era demasiado tarde para pensar en regresar. Cruzó el río sobre el
                  hielo y se dirigió al castillo. Nada se movía; no se oía ni el más leve ruido en
                  ninguna parte. Incluso sus propios pasos  eran silenciados por la nieve recién
                  caída. Caminó y caminó, dio vuelta una esquina tras otra esquina de la casa,
                  pasó torrecilla tras torrecilla... Tuvo que  rodear el lado más lejano antes de
                  encontrar la puerta de entrada. Era un inmenso arco con grandes rejas de hierro
                  que estaban abiertas de par en par. Edmundo se acercó cautelosamente y se
                  escondió tras el arco. Desde allí miró el patio, donde vio algo que casi paralizó
                  los latidos de su corazón. Dentro de la reja se encontraba un inmenso león;
                  estaba encogido sobre sus patas como si estuviera a punto de saltar. La luz de la
                  luna brillaba sobre el animal. Oculto en la sombra del arco, Edmundo no sabía
                  qué hacer. Sus rodillas temblaban y continuar su camino lo asustaba tanto
                  como regresar. Permaneció allí tanto rato que sus dientes habrían castañeteado
                  de frío si no hubieran castañeteado  antes de miedo. ¿Por cuántas horas se
                  prolongó esta situación? Realmente no lo sé, pero para Edmundo fue como una
                  eternidad.
                        Por fin se preguntó por qué el león estaba tan inmóvil. No se había
                  movido ni un centímetro desde que lo descubrió. Se aventuró un poco más
                  adentro, pero siempre se mantuvo en la sombra del arco, tanto como le fue
                  posible.
                        Ahora observó que, por la forma en que el león estaba parado, no podía
                  haberlo visto ("Pero ¿y si volviera la cabeza?", pensó Edmundo). En efecto, el
                  león miraba fijamente hacia otra cosa..., miraba a un pequeño enano que le
                  daba la espalda y que se encontraba a poco más de un metro de distancia.
                        —¡Aja! —murmuró Edmundo—. Cuando el león salte sobre el enano, yo
                  tendré la oportunidad de escapar.
                        Sin embargo, el león no se movió y tampoco lo hizo el enano. Y ahora,
                  por fin, Edmundo se acordó de lo que  le habían contado: la Bruja Blanca
                  transformaba a sus enemigos en piedra. A lo mejor éste no era más que un león
                  de piedra. Y tan pronto como pensó en esto, advirtió que la espalda del animal,
                  así como su cabeza, estaba cubierta de nieve. ¡Por cierto que era una estatua!
                  Ningún animal vivo se habría quedado  tan tranquilo mientras se cubría de
                  nieve. Entonces, muy lentamente y con  el corazón latiendo como si fuera a
                  estallar, Edmundo se arriesgó a acercarse al león. Casi no se atrevía a tocarlo,
                  hasta que, por fin, rápidamente puso una mano sobre él. ¡Era sólo una fría
                  piedra! ¡Había estado aterrado por una simple piedra!
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