Page 52 - Crónicas de Narnia I - Junio 5to Básico
P. 52
buscarlo. Ese fue su primer tropiezo. Luego advirtió que la luz del día casi
había desaparecido. Eran cerca de las tres de la tarde en el momento en que se
habían sentado a comer, y en el invierno los días son muy cortos. No había
contado con este problema; tendría que arreglárselas lo mejor que pudiera. Se
subió el cuello y caminó por el dique (afortunadamente no estaba tan
resbaladizo desde que había nevado) hacia la lejana ribera del río.
Cuando llegó a la orilla, las cosas se pusieron peores. Estaba cada vez más
oscuro, y esto, junto a los copos de nieve que giraban a su alrededor como un
remolino, no lo dejaba ver a más de tres metros delante de él. Tampoco existía
un camino. Se deslizó muy profundo por montones de nieve, se arrastró en
lodazales helados, tropezó con árboles caídos, resbaló en la ribera del río,
golpeó sus piernas contra las rocas... hasta que estuvo empapado, muerto de
frío y completamente magullado. El silencio y la soledad eran aterradores.
Realmente creo que podría haber olvidado su plan y regresado para recuperar
la amistad de los demás, si no se le hubiera ocurrido decirse a sí mismo:
"Cuando sea Rey de Narnia, lo primero que haré será construir buenos
caminos". Por supuesto, la idea de ser Rey y de todas las cosas que podría hacer,
le dio bastante ánimo.
En su mente decidió qué clase de palacio tendría, cuántos autos; pensó
con lujo de detalles en cómo sería su propia sala de cine, dónde correrían los
principales trenes, las leyes que dictaría contra los castores y sus diques... Estaba
dando los toques finales a algunos proyectos para mantener a Pedro en su lugar,
cuando el tiempo cambió. Primero dejó de nevar. Luego se levantó un viento
huracanado y sobrevino un frío intenso que congelaba hasta los huesos.
Finalmente las nubes se abrieron y apareció la luna. Era luna llena y brillaba en
tal forma sobre la nieve que todo se iluminó como si fuera de día. Sólo las
sombras producían cierta confusión.
Si la luna no hubiera aparecido en el momento en que llegaba al otro río,
Edmundo nunca habría encontrado su camino. Ustedes recordarán que él había
visto (cuando llegaron a la casa del Castor) un pequeño río que, allá abajo,
desembocaba en el río grande. Ahora había llegado hasta allí y debía continuar
por el valle. Pero éste era mucho más abrupto y rocoso que el que acababa de
dejar. Estaba tan lleno de matorrales y arbustos, que si hubiera estado oscuro
no habría podido avanzar. Incluso así, el niño se empapó porque debía caminar
inclinado para pasar bajo las ramas y éstas estaban cargadas de nieve, y la nieve
se deslizaba continuamente y en grandes cantidades sobre su espalda. Cada vez
que esto sucedía, pensaba más y más en cuánto odiaba a Pedro..., como si
realmente todo lo que le pasaba fuera culpa de él.
Al fin llegó a un lugar en que la superficie era más suave y lisa, y donde el
valle se abría. Allí, al otro lado del río, bastante cerca de él, en el centro de un
pequeño plano entre dos colinas, vio lo que debía ser la casa de la Bruja Blanca.