Page 44 - Crónicas de Narnia I - Junio 5to Básico
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Mientras tanto las niñas ayudaban a la señora Castora. Llenaron la tetera,
                  arreglaron la mesa, cortaron el pan, colocaron las fuentes en el horno, pusieron
                  la sartén al fuego y calentaron la grasa gota a gota. También sacaron cerveza de
                  un barril que se encontraba en un rincón de la casa, y llenaron un enorme jarro
                  para el señor Castor. Lucía pensaba que los Castores tenían una casita muy
                  confortable, aunque no se asemejaba en nada a la cueva del señor Tumnus. No
                  se veían libros ni cuadros y, en lugar de camas, había literas adosadas a la pared,
                  como en los buques. Del techo colgaban jamones y trenzas de cebollas. Y
                  alrededor de la habitación, contra las murallas, había botas de goma, ropa
                  impermeable, hachas, grandes tijeras, palas, llanas, vasijas para transportar
                  materiales de construcción, cañas de pescar, redes y sacos. Y el mantel que
                  cubría la mesa, aunque muy limpio, era áspero y tosco.
                        En el preciso momento en que el aceite chirriaba en la sartén, el Castor y
                  Pedro regresaron con el pescado ya preparado para freírlo. El Castor lo había
                  abierto con su cuchillo y lo había limpiado antes de entrar en la casa. Pueden
                  ustedes imaginar qué bien huele mientras se fríe un pescado recién sacado del
                  agua y cuánto más hambrientos estarían los niños antes de que la señora
                  Castora dijera:
                        —Ahora estamos casi listos.
                        Susana retiró las papas del agua en que se habían cocido y las puso en una
                  marmita para secarlas cerca del fogón, mientras Lucía ayudaba a la señora
                  Castora a disponer las truchas en una  fuente. En pocos segundos cada uno
                  tomó un banquillo (todos eran de tres patas, sólo la señora Castora tenía una
                  mecedora especial cerca del fuego) y se preparó para ese agradable momento.
                  Había un jarro de leche cremosa para los niños (el Castor se aferraba a su
                  cerveza), y, al centro de la mesa, un gran trozo de mantequilla, para que cada
                  uno le pusiera a las papas toda la que quisiese. Los niños pensaron —y yo estoy
                  de acuerdo con ellos— que no había nada más exquisito en el mundo que un
                  pescado recién salido del agua y cocinado al instante.
                        Cuando terminaron con las truchas, la señora Castora retiró del horno un
                  inesperado, humeante y glorioso rollo de bizcocho con mermelada. Al mismo
                  tiempo, movió la tetera en el fuego para preparar el té. Así, después del postre,
                  cada uno tomó su taza de té, empujó su banquillo para arrimarlo a la pared, y
                  volvió a sentarse cómodo y satisfecho.
                        —Y ahora —dijo el Castor, empujando lejos su jarro de cerveza ya vacío
                  y acercando su taza de té—, si ustedes esperan sólo que yo encienda mi pipa,
                  podremos hablar de nuestros asuntos. Está nevando otra vez —agregó,
                  volviendo sus ojos hacia la ventana—.  Me parece espléndido, porque así no
                  tendremos visitas; y si alguien ha tratado de seguirnos, ya no podrá encontrar
                  ninguna huella.
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