Page 42 - Crónicas de Narnia I - Junio 5to Básico
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río medianamente grande. Justo bajo ellos había sido construido un dique que
                  lo atravesaba. Cuando los niños lo vieron, recordaron de pronto que los
                  castores siempre construyen enormes diques y no les cupo duda de que ése era
                  obra del Castor. También advirtieron que su rostro reflejaba cierta expresión
                  de modestia, como la de cualquier persona cuando uno visita un jardín que ella
                  misma ha plantado o lee un cuento que  ella ha escrito. De manera que su
                  habitual cortesía obligó a Susana a decir:
                        —¡Qué maravilloso dique!
                        Y esta vez el Castor no dijo "silencio".
                        —¡Es sólo una bagatela! ¡Sólo una bagatela! Ni siquiera está terminado.
                        Hacia el lado de arriba del dique  estaba lo que debió haber sido un
                  profundo estanque, pero ahora,  por supuesto, era una superficie
                  completamente lisa y cubierta de hielo de color verde oscuro. Hacia el otro
                  lado, mucho más abajo, había más hielo, pero, en lugar de ser liso, estaba
                  congelado en espumosas y ondeadas formas, tal como el agua corría cuando
                  llegó la helada. Y donde ésta había estado goteando y derramándose a través del
                  dique, había ahora una brillante cascada de carámbanos, como si ese lado del
                  muro que contenía el agua estuviera completamente cubierto de flores,
                  guirnaldas y festones de azúcar pura.
                        En el centro y, en cierto modo, en el punto más importante y alto del
                  dique, había una graciosa casita que  más bien parecía una enorme colmena.
                  Desde su techo, a través de un agujero, se elevaba una columna de humo.
                  Cuando uno la veía (especialmente si tenía hambre), de inmediato recordaba la
                  comida y se sentía aún más hambriento.
                        Esto fue lo que los niños observaron por sobre todo; pero Edmundo vio
                  algo más. Río abajo, un poco más lejos, había un segundo río, algo más
                  pequeño, que venía desde otro valle a  juntarse con el río más grande. Al
                  contemplar ese valle, Edmundo pudo ver dos colinas. Estaba casi seguro de que
                  eran las mismas dos colinas que la Bruja Blanca le había señalado cuando se
                  encontraban junto al farol, momentos antes de que él se separara de ella. Allí,
                  sólo a una milla o quizás menos, debía estar su palacio. Pensó entonces en las
                  Delicias turcas, en la posibilidad de ser Rey ("¿Qué le parecería esto a Pedro?",
                  se preguntó) y en varias otras ideas horribles que acudieron a su mente.
                        —Hemos llegado —dijo el Castor—, y parece que la señora Castora nos
                  espera. Yo los guiaré... ¡Cuidado, no vayan a resbalar!
                        Aunque el dique era suficientemente amplio, no era (para los humanos)
                  un lugar muy agradable para caminar porque estaba cubierto de hielo. A un
                  costado se encontraba, al mismo nivel,  esa gran superficie helada; y al otro
                  veíase una brusca caída hacia el fondo del río. Mientras marchaban en fila india,
                  dirigidos por el Castor, a través de toda esta ruta, los niños pudieron observar el
                  largo camino del río hacia arriba y el largo y descendente camino del río hacia
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