Page 31 - Crónicas de Narnia I - Junio 5to Básico
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Pero no sería así.
La casa del Profesor, de la cual él mismo sabía muy poco, era tan antigua y
famosa que gente de todas partes de Inglaterra solía pedir autorización para
visitarla. Era el tipo de casa que se menciona en las guías turísticas e, incluso, en
las historias. En torno a ella se tejían toda clase de relatos. Algunos más
extraños aun que el que yo les estoy contando ahora. Cuando los turistas
solicitaban visitarla, el Profesor siempre accedía. La señora Macready, el ama de
llaves, los guiaba por toda la casa y les hablaba de los cuadros, de la armadura, y
de los antiguos y raros libros de la biblioteca.
A la señora Macready no le gustaban los niños, y menos aún, ser
interrumpida mientras contaba a los turistas todo lo que sabía. Durante la
primera mañana de visitas había dicho a Pedro y a Susana (además de muchas
otras instrucciones): "Por favor, recuerden que no deben entrometerse cuando
yo muestro la casa".
—Como si alguno de nosotros quisiera perder la mañana dando vueltas
por la casa con un tropel de adultos desconocidos —había replicado Edmundo.
Los otros niños pensaban lo mismo. Así fue como las aventuras comenzaron
nuevamente.
Algunas mañanas después, Pedro y Edmundo estaban mirando la
armadura. Se preguntaban si podrían desmontar algunas piezas, cuando las dos
hermanas aparecieron en la sala.
—¡Cuidado! —exclamaron—. Viene la señora Macready con una
cuadrilla completa.
—¡Justo ahora! —dijo Pedro.
Los cuatro escaparon por la puerta del fondo, pero cuando pasaron por la
pieza verde y llegaron a la biblioteca, sintieron las voces delante de ellos. Se
dieron cuenta de que el ama de llaves había conducido a los turistas por las
escaleras de atrás en lugar de hacerlo por las del frente, como ellos esperaban.
¿Qué pasó después? Quizás fue que perdieron la cabeza, o que la señora
Macready trataba de alcanzarlos, o que alguna magia de la casa había
despertado y los llevaba directo a Narnia... Lo cierto es que los niños se
sintieron perseguidos desde todas partes, hasta que Susana gritó:
—¡Turistas antipáticos! ¡Aquí! Entremos en el cuarto del ropero hasta que
ellos se hayan ido. Nadie nos seguirá hasta este lugar.
Pero en el momento en que estuvieron dentro de esa habitación,
escucharon las voces en el pasillo. Luego, alguien pareció titubear ante la
puerta y entonces ellos vieron que la perilla daba vuelta.
—¡Rápido! —exclamó Pedro, abriendo el guardarropa—. No hay ningún
otro lugar.
A tientas en la oscuridad, los cuatro niños se precipitaron dentro del
ropero. Pedro sostuvo la puerta junta, pero no la cerró. Por supuesto, como