Page 15 - Crónicas de Narnia I - Junio 5to Básico
P. 15
sobre mis lindas pezuñas divididas al centro y las transformará en horribles y
sólidas, como las de un desdichado caballo. Pero si ella se enfurece más aún, me
convertirá en piedra y seré sólo una estatua de Fauno en su horrible casa, y allí
me quedaré hasta que los cuatro tronos de Cair Paravel sean ocupados. Y sólo
Dios sabe cuándo sucederá eso o si alguna vez sucederá.
—Lo siento mucho, señor Tumnus —dijo Lucía—. Pero, por favor,
déjeme ir a casa.
—Por supuesto que lo haré —dijo el Fauno—. Tengo que hacerlo. Ahora
me doy cuenta. No sabía cómo eran los humanos antes de conocerte a ti. No
puedo entregarte a la Bruja Blanca; no ahora que te conozco. Pero tenemos que
salir de inmediato. Te acompañaré hasta el farol. Espero que desde allí sabrás
encontrar el camino a Cuarto Vacío y a Ropero.
—Estoy segura de que podré.
—Debemos irnos muy silenciosamente. Tan callados como podamos —
dijo el señor Tumnus—. El bosque está lleno de sus espías. Incluso algunos
árboles están de su parte.
Ambos se levantaron y, dejando las tazas y los platos en la mesa, salieron.
El señor Tumnus abrió el paraguas una vez más, le dio el brazo a Lucía y
comenzaron a caminar sobre la nieve. El regreso fue completamente diferente a
lo que había sido la ida hacia la cueva del Fauno. Sin decir una palabra se
apresuraron todo lo que pudieron y el señor Tumnus se mantuvo siempre en
los lugares más oscuros. Lucía se sintió bastante reconfortada cuando llegaron
junto al farol.
—¿Sabes cuál es tu camino desde aquí, Hija de Eva? —preguntó el Fauno.
Lucía concentró su mirada entre los árboles y en la distancia pudo ver un
espacio iluminado, como si allá lejos fuera de día.
—Sí —dijo—. Alcanzo a ver la puerta del ropero.
—Entonces corre hacia tu casa tan rápido como puedas —dijo el señor
Tumnus—. ¿Podrás perdonarme alguna vez por lo que intenté hacer?
—Por supuesto —dijo Lucía, estrechando fuertemente sus manos—.
Espero de todo corazón que usted no tenga problemas por mi culpa.
—Adiós, Hija de Eva ¿Sería posible, tal vez, que yo guarde tu pañuelo
como recuerdo?
—¡Está bien! —exclamó Lucía y echó a correr hacia la luz del día, tan
rápido como sus piernas se lo permitieron. Esta vez, en lugar de sentir el roce
de ásperas ramas en su rostro y la nieve crujiente bajo sus pies, palpó los
tablones y de inmediato se encontró saltando fuera del ropero y en medio del
mismo cuarto vacío en el que había comenzado toda la aventura. Cerró
cuidadosamente la puerta del guardarropa y miró a su alrededor mientras
recuperaba el aliento. Todavía llovía. Pudo escuchar las voces de los otros niños
en el pasillo.