Page 11 - Crónicas de Narnia I - Junio 5to Básico
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—Gracias, señor Tumnus, pero pienso que quizás ya es hora de regresar.
                        —Es a la vuelta de la esquina, no  más. Habrá un buen fuego, tostadas,
                  sardinas y torta —insistió el Fauno.
                        —Es muy amable de su parte —dijo Lucía—. Pero no podré quedarme
                  mucho rato.
                        —Tómate de mi brazo, Hija de Eva —dijo el señor Tumnus—. Llevaré el
                  paraguas para los dos. Por aquí, vamos.
                        Así fue como Lucía se encontró caminando por el bosque del brazo con
                  esta extraña criatura, igual que si se hubieran conocido durante toda la vida.
                        No habían ido muy lejos aún, cuando llegaron a un lugar donde el suelo se
                  tornó áspero y rocoso. Hacia arriba y hacia abajo de las colinas había piedras. Al
                  pie de un pequeño valle el señor Tumnus se volvió de repente y caminó
                  derecho hacia una roca gigantesca. Sólo en el momento en que estuvieron muy
                  cerca de ella, Lucía descubrió que él la conducía a la entrada de una cueva. En
                  cuanto se encontraron en el interior, la niña se vio inundada por la luz del
                  fuego. El señor Tumnus cogió una brasa con un par de tenazas y encendió una
                  lámpara.
                        —Ahora falta poco —dijo, e inmediatamente puso la tetera a calentar.
                        Lucía pensaba que no había estado nunca en un lugar más acogedor. Era
                  una pequeña, limpia y seca cueva de piedra roja con una alfombra en el suelo,
                  dos sillas ("una para mí y otra para un amigo", dijo el señor Tumnus), una
                  mesa, una cómoda, una repisa sobre la chimenea, y más arriba, dominándolo
                  todo, el retrato de un viejo Fauno con barba gris. En un rincón había una
                  puerta; Lucía supuso que comunicaba con el dormitorio del señor Tumnus. En
                  una de las paredes se apoyaba un estante repleto de libros. La niña miraba todo
                  mientras él preparaba la mesa para el té. Algunos de los títulos eran La vida y
                  las cartas de Sileno, Las ninfas y sus costumbres, Hombres, monjes y deportistas,
                  Estudio de la leyenda popular, ¿Es el hombre un mito?, y muchos más.
                        —Hija de Eva —dijo el Fauno—, ya está todo preparado.
                        Y realmente fue un té maravilloso. Hubo un rico huevo dorado para cada
                  uno, sardinas en pan tostado, tostadas con mantequilla y con miel, y una torta
                  espolvoreada con azúcar. Cuando Lucía se cansó de comer, el Fauno comenzó a
                  hablar. Sus relatos sobre la vida en el bosque eran fantásticos. Le contó acerca
                  de bailes en la medianoche, cuando las Ninfas que vivían en las vertientes y las
                  Dríades que habitaban en los árboles salían a danzar con los Faunos; de las
                  largas partidas de cacería tras el Venado Blanco, en las cuales se cumplían los
                  deseos del que lo capturaba; sobre las celebraciones y la búsqueda de tesoros
                  con los Enanos Rojos salvajes, en minas y cavernas muy por debajo del suelo.
                  Por último, le habló también de los veranos, cuando los bosques eran verdes y
                  el viejo Sileno los visitaba en su gordo burro. A veces llegaba a verlos el propio
                  Baco y entonces por los ríos corría vino en lugar de agua y el bosque se
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