Page 6 - Crónicas de Narnia I - Junio 5to Básico
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I      LUCIA INVESTIGA EN EL ROPERO





                  Había una vez cuatro niños cuyos nombres eran Pedro, Susana, Edmundo y
                  Lucía. Esta historia relata lo que les sucedió cuando, durante la guerra y a causa
                  de los bombardeos, fueron enviados lejos de Londres a la casa de un viejo
                  profesor. Este vivía en medio del campo, a diez millas de la estación más
                  cercana y a dos millas del correo más próximo. El profesor no era casado, así es
                  que un ama de llaves, la señora Macready, y tres sirvientas atendían su casa.
                  (Las sirvientas se llamaban Ivy, Margarita y Betty, pero ellas no intervienen
                  mucho en esta historia).
                        El anciano profesor tenía un aspecto curioso, pues su cabello blanco no
                  sólo le cubría la cabeza sino también casi toda la cara. Los niños simpatizaron
                  con él al instante, a pesar de que Lucía, la menor, sintió miedo al verlo por
                  primera vez, y Edmundo, algo mayor que ella, escondió su risa tras un pañuelo
                  y simuló sonarse sin interrupción.
                        Después de ese primer día y en cuanto dieron las buenas noches al
                  profesor, los niños subieron a sus habitaciones en el segundo piso y se
                  reunieron en el dormitorio de las niñas para comentar todo lo ocurrido.
                        —Hemos tenido una suerte fantástica —dijo Pedro—. Lo pasaremos muy
                  bien aquí. El viejo profesor es una buena persona y nos permitirá hacer todo lo
                  que queramos.
                        —Es un anciano encantador —dijo Susana.
                        —¡Cállate! —exclamó Edmundo. Estaba cansado, aunque pretendía no
                  estarlo, y esto lo ponía siempre de un humor insoportable—. ¡No sigas
                  hablando de esa manera!
                        —¿De qué manera? —preguntó Susana—. Además ya es hora de que
                  estés en la cama.
                        —Tratas de hablar como mamá —dijo Edmundo—. ¿Quién eres para
                  venir a decirme cuándo tengo que ir a  la cama? ¡Eres tú quien debe irse a
                  acostar!
                        —Mejor será que todos vayamos a dormir —interrumpió Lucía—. Si nos
                  encuentran conversando aquí, habrá un tremendo lío.
                        —No lo habrá —repuso Pedro, con tono seguro—. Este es el tipo de casa
                  en que a nadie le preocupará lo que nosotros hagamos. En todo caso, ninguna
                  persona nos va a oír. Estamos como a diez minutos del comedor y hay
                  numerosos pasillos, escaleras y rincones entremedio.
                        —¿Qué es ese ruido? —dijo Lucía de repente.
                        Esta era la casa más grande que ella había conocido en su vida. Pensó en
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