Page 7 - Crónicas de Narnia I - Junio 5to Básico
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todos esos pasillos, escaleras y rincones, y sintió que algo parecido a un
escalofrío la recorría de pies a cabeza.
—No es más que un pájaro, tonta —dijo Edmundo.
—Es una lechuza —agregó Pedro—. Este debe ser un lugar maravilloso
para los pájaros... Bien, creo que ahora es mejor que todos vayamos a la cama,
pero mañana exploraremos. En un sitio como éste se puede encontrar
cualquier cosa. ¿Vieron las montañas cuando veníamos? ¿Y los bosques? Puede
ser que haya águilas, venados... Seguramente habrá halcones...
—Y tejones —dijo Lucía.
—Y serpientes —dijo Edmundo.
—Y zorros —agregó Susana.
Pero a la mañana siguiente caía una cortina de lluvia tan espesa que, al
mirar por la ventana, no se veían las montañas ni los bosques; ni siquiera la
acequia del jardín.
—¡Tenía que llover! —exclamó Edmundo.
Los niños habían tomado desayuno con el profesor, y en ese momento se
encontraban en una sala del segundo piso que el anciano había destinado para
ellos. Era una larga habitación de techo bajo, con dos ventanas hacia un lado y
dos hacia el otro.
—Deja de quejarte, Ed —dijo Susana—. Te apuesto diez a uno a que
aclara en menos de una hora. Por lo demás, estamos bastante cómodos y
tenemos un montón de libros.
—Por mi parte, yo me voy a explorar la casa —dijo Pedro.
La idea les pareció excelente y así fue como comenzaron las aventuras. La
casa era uno de aquellos edificios llenos de lugares inesperados, que nunca se
conocen por completo. Las primeras habitaciones que recorrieron estaban
totalmente vacías, tal como los niños esperaban. Pero pronto llegaron a una sala
muy larga con las paredes repletas de cuadros, en la que encontraron una
armadura. Después pasaron a otra completamente cubierta por un tapiz verde
y en la que había un arpa arrinconada. Tres peldaños más abajo y cinco hacia
arriba los llevaron hasta un pequeño zaguán. Desde ahí entraron en una serie de
habitaciones que desembocaban unas en otras. Todas tenían estanterías repletas
de libros, la mayoría muy antiguos y algunos tan grandes como la Biblia de una
iglesia. Más adelante entraron en un cuarto casi vacío. Sólo había un gran
ropero con espejos en las puertas. Allí no encontraron nada más, excepto una
botella azul en la repisa de la ventana.
—¡Nada por aquí! —exclamó Pedro, y todos los niños se precipitaron
hacia la puerta para continuar la excursión. Todos menos Lucía, que se quedó
atrás. ¿Qué habría dentro del armario? Valía la pena averiguarlo, aunque,
seguramente, estaría cerrado con llave. Para su sorpresa, la puerta se abrió sin
dificultad. Dos bolitas de naftalina rodaron por el suelo.