Page 91 - El vampiro vegetariano
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apareció ante ellas un hombre alto y pálido, vestido   prontamente del suelo y corrió junto a la vam pira,

 de negro.   cuya tos reverberaba en la cripta de tal forma que
 —¡Señor Lucarda! -exclamó Lucía.   parecía  que  había  varias  personas  tosiendo  a  la

 —¡Sabía que irías a buscar a la niña! -exclamó él   vez.
 señalando a Camila con un dedo acusador.   Y  no solo lo parecía. Con un estremecí miento,

 —De modo que has estado vigilando su balcón   Lucía se dio cuenta de que del interior de los dos
 y  nos  has  seguido  hasta  aquí  -dijo  la  vampira  sin   ataúdes cerrados procedían sendas toses, una grave

 perder la calma-. Más te valdría no haberlo hecho.   y profunda y la otra aguda como la de un niño.
 —No  te  tengo  miedo,  monstruo  -replicó   —¡Estúpido!  -gritó  Camila  mirando  a  Lu  carda

 Lucarda sacándose del bolsillo un pulverizador de   con ojos de fuego-. ¡El ajo ha sacado a mis parientes
 perfume-. Este frasco está lleno de esencia de ajo...   de su letargo! Márchate antes de que se levanten.

 —¡No se te ocurra usarlo aquí dentro! -exclamó   No sé si podría salvarte de sus iras.
 Camila  levantando  las  manos  en  un  gesto   —No  dejaré  a  una  niña  indefensa a  merced  de

 desesperado, pero ya era tarde. Lucarda apretó un   tres inmundos vampiros  -replicó él sujetándose la
 par de veces la pera de goma del perfumador y un   mano  herida.  Los  agudos  caninos  de  la  «niña

 intenso olor a ajo se difundió por el enrarecido aire   indefensa»  le  habían  abierto  dos  sangrantes

 de la cripta.   orificios cerca de la muñeca.
 Mientras  Camila  tosía  violentamente,  como   Casi al unísono, las tapas de los dos ataúdes se

 presa  de  un  ataque  de  asma,  Lucía  corrió  hacia   abrieron  bruscamente,  como  impulsadas  por  un
 Lucarda,  le  agarró  la  mano  en  la  que  tenía  el   resorte, dejando a la vista a sus ocupantes.

 perfumador y se la mordió. Con un grito de dolor,   En  el  ataúd  grande  yacía  un  hombre  de  edad
 él dejó caer el frasco; la niña lo recogió   indefinida,  pálido  como  la  cera,  completamente
       calvo y de orejas puntiagudas. En el
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