Page 90 - El vampiro vegetariano
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apareció ante ellas un hombre alto y pálido, vestido                   prontamente del suelo y corrió junto a la vam pira,

             de negro.                                                              cuya tos reverberaba en la cripta de tal forma que
                 —¡Señor Lucarda! -exclamó Lucía.                                   parecía  que  había  varias  personas  tosiendo  a  la

                 —¡Sabía que irías a buscar a la niña! -exclamó él                  vez.
             señalando a Camila con un dedo acusador.                                 Y  no solo lo parecía. Con un estremecí miento,

                 —De modo que has estado vigilando su balcón                       Lucía se dio cuenta de que del interior de los dos
             y  nos  has  seguido  hasta  aquí  -dijo  la  vampira  sin            ataúdes cerrados procedían sendas toses, una grave

             perder la calma-. Más te valdría no haberlo hecho.                    y profunda y la otra aguda como la de un niño.
                 —No  te  tengo  miedo,  monstruo  -replicó                           —¡Estúpido!  -gritó  Camila  mirando  a  Lu  carda

             Lucarda sacándose del bolsillo un pulverizador de                     con ojos de fuego-. ¡El ajo ha sacado a mis parientes
             perfume-. Este frasco está lleno de esencia de ajo...                 de su letargo! Márchate antes de que se levanten.

                 —¡No se te ocurra usarlo aquí dentro! -exclamó                    No sé si podría salvarte de sus iras.
             Camila  levantando  las  manos  en  un  gesto                            —No  dejaré  a  una  niña  indefensa a  merced  de

             desesperado, pero ya era tarde. Lucarda apretó un                     tres inmundos vampiros  -replicó él sujetándose la
             par de veces la pera de goma del perfumador y un                      mano  herida.  Los  agudos  caninos  de  la  «niña

             intenso olor a ajo se difundió por el enrarecido aire                 indefensa»  le  habían  abierto  dos  sangrantes

             de la cripta.                                                         orificios cerca de la muñeca.
                 Mientras  Camila  tosía  violentamente,  como                        Casi al unísono, las tapas de los dos ataúdes se

             presa  de  un  ataque  de  asma,  Lucía  corrió  hacia                abrieron  bruscamente,  como  impulsadas  por  un
             Lucarda,  le  agarró  la  mano  en  la  que  tenía  el                resorte, dejando a la vista a sus ocupantes.

             perfumador y se la mordió. Con un grito de dolor,                        En  el  ataúd  grande  yacía  un  hombre  de  edad
             él dejó caer el frasco; la niña lo recogió                            indefinida,  pálido  como  la  cera,  completamente
                                                                                   calvo y de orejas puntiagudas. En el
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