Page 53 - Papelucho - 3° - Julio
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—Nosotros no lo escribimos —dijo Gómez.

                        —Ustedes lo aceptaron en su revista y responden por ella.
                        —Es que ésa no era la intención —dijo Gómez.
                        —¿Cuál era la intención? —preguntó el rector.
                        —Descubrir por la letra quién era el que le mandó un anónimo a éste —dijo
                  Gómez, apuntándome.

                        —¿Y han descubierto quién fue?
                        —No, Padre. Se nos olvidó averiguarlo, porque hemos tenido tanto que
                  hacer con la revista.

                        —De modo que ustedes hacen una revista para averiguar de un anónimo y
                  publican ofensas gratuitas a sus profesores.
                        —Gratuitas no, Padre. Pagadas.
                        —¿Cómo pagadas?
                        —Pagamos veinte pesos por cada chiste.

                        —De manera que encima le pagan al que ofende.
                        —Sí, Padre.
                        —No, Padre.

                        —En fin, terminemos esto. Quedan los dos arrestados por toda la semana y
                  sin salida el domingo. A la próxima revista con ofensas los expulsaré del colegio.
                        A la salida, Gómez me dijo:                       ;
                        —¿Por qué no dijiste que fue Urquieta  el del chiste del rumiante? Nos
                  habríamos librado del castigo. Además, yo tenía un paseo el domingo.

                        —¿Por qué no lo dijiste tú? —le contesté yo.
                        Quedamos un poco peleados, pero a la salida se nos juntaron unos
                  cuantos para saber lo  que había pasado con el rector. Algunos se rieron de

                  sabernos castigados y otros dijeron que éramos unos grandes tipos. Pero Gómez
                  y yo teníamos tanta rabia, que nos fuimos derecho a  comparar los chistes del
                  primer "Chistelandia" con el papelito mío y descubrimos que era de Urquieta. Más
                  rabia nos dio de estar castigados por su culpa. Y yo me fui derecho donde él, me
                  le puse al frente y, en pleno patio, le dije:

                        —¡En guardia! ¡Esta es por el anónimo!  —y le mandé una cachetada.
                  Cuando se enderezó, le dije: —¡Esta es por robarme el diario! —y le mandé otra,
                  y, cuando me iba a pegar, le mandé la tercera con: —¡Esta va por el castigo de

                  Gómez y yo!
                        Urquieta se cayó al suelo y se hizo el aturdido en el mismo momento en
                  que aparecía el Padre Carlos. Entonces los chiquillos lo levantaron y armaron tal



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