Page 38 - Un-mundo-feliz-Huxley
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Capítulo IV
1
El ascensor estaba lleno de hombres procedentes de los vestuarios Alfa, y
la entrada de Lenina provocó muchas sonrisas y cabezadas amistosas. Lenina
era una chica muy popular, y, en una u otra ocasión, había pasado alguna noche
con casi todos ellos.
«Buenos muchachos —pensaba Lenina Crowne, al tiempo que
correspondía a sus saludos—. ¡Encantadores! Sin embargo, hubiese preferido
que George Edzel no tuviera las orejas tan grandes. Quizá le habían
administrado una gota de más de paratiroides en el metro 328». Y mirando a
Benito Hoover no podía menos de recordar que era demasiado peludo cuando
se quitó la ropa.
Al volverse, con los ojos un tanto entristecidos por el recuerdo de la rizada
negrura de Benito, vio en un rincón el cuerpecillo canijo y el rostro melancólico
de Bernard Marx.
—¡Bernard! —exclamó, acercándose a él—. Te buscaba.
Su voz sonó muy clara por encima del zumbido del ascensor. Los demás se
volvieron con curiosidad.
—Quería hablarte de nuestro plan de Nuevo México.
Por el rabillo del ojo vio que Benito Hoover se quedaba boquiabierto de
asombro. «¡No me sorprendería que esperara que le pidiera para ir con él otra
vez!», se dijo Lenina. Luego, en voz alta, y con más valor todavía, prosiguió:
—Me encantaría ir contigo toda una semana, en julio. —En todo caso,
estaba demostrando públicamente su infidelidad para con Henry. Fanny debería
aprobárselo, aunque se tratara de Bernard—. Es decir, si todavía sigues
deseándome —acabó Lenina, dirigiéndole la más deliciosamente significativa de
sus sonrisas.
Bernard se sonrojó intensamente. «¿Por qué?», se preguntó Lenina,
asombrada pero al mismo tiempo conmovida por aquel tributo a su poder.
—¿No sería mejor hablar de ello en cualquier otro sitio? —tartajeo
Bernard, mostrándose terriblemente turbado.
«Como si le hubiese dicho alguna inconveniencia —pensó Lenina—. No se
mostraría más confundido si le hubiese dirigido una broma sucia, si le hubiese
preguntado quién es su madre, o algo por el estilo».
—Me refiero a que…, con toda esta gente por aquí…
La carcajada de Lenina fue franca y totalmente ingenua.
—¡Qué divertido eres! —dijo; y de veras lo encontraba divertido—. Espero
que cuando menos me avises con una semana de antelación —prosiguió en otro
tono—. Supongo que tomaremos el Cohete Azul del Pacífico. ¿Despega de la
Torre de Charing-T? ¿O de Hampstead?
Antes de que Bernard pudiera contestar, el ascensor se detuvo.
—¡Azotea! —gritó una voz estridente.
El ascensorista era una criatura simiesca, que lucía la túnica negra de un
semienano Epsilon-Menos.
—¡Azotea!
El ascensorista abrió las puertas de par en par. La cálida gloria de la luz de
la tarde le sobresaltó y le obligó a parpadear.