Page 238 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
P. 238

tendría yo para matar una pulga? Decid, socarrón de lengua viperina, y ¿quién pensáis que ha

                  ganado este reino y cortado la cabeza a este gigante, y héchoos a vos marqués, que todo esto doy ya

                  por hecho y por cosa pasada en cosa juzgada, si no es el valor de Dulcinea, tomando a mi brazo por

                  instrumento de sus hazañas? Ella pelea en mí, y vence en mí, y yo vivo y respiro en ella, y tengo vida

                  y ser. ¡Oh hideputa bellaco, y cómo sois desagradecido: que os veis levantado del polvo de la tierra a
                  ser señor de titulo, y correspondéis a tan buena obra con decir mal de quien os la hizo!


                  No estaba tan maltrecho Sancho, que no oyese todo cuanto su amo le decía; y levantándose con un

                  poco de presteza, se fue a poner detrás del palafrén de Dorotea, y desde allí dijo a su amo:

                  -Dígame, señor: si vuestra merced tiene determinado de no casarse con esta gran princesa, claro

                  está que no será el reino suyo; y no siéndolo, ¿qué mercedes me puede hacer? Esto es de lo que yo

                  me quejo; cásese vuestra merced una por una con esta reina, ahora que la tenemos aquí como

                  llovida del cielo, y después puede volverse con mi señora Dulcinea; que reyes debe haber habido en
                  el mundo que hayan sido amancebados. En lo de la hermosura no me entremeto; que, en verdad, si

                  va a decirla, que entrambas me parecen bien, puesto que yo nunca he visto a la señora Dulcinea.


                  -¿Cómo que no la has visto, traidor blasfemo? -dijo don Quijote-. Pues ¿no acabas de traerme ahora

                  un recado de su parte?

                  -Digo que no la he visto tan despacio –dijo Sancho-, que pueda haber notado particularmente su

                  hermosura y sus buenas partes punto por punto; pero así a bulto, me parece bien.

                  -Ahora te disculpo -dijo don Quijote-, y perdóname el enojo que te he dado; que los primeros

                  movimientos no son en manos de los hombres.


                  -Ya yo lo veo -respondió Sancho-; y así, en mi la gana de hablar siempre es primero movimiento, y

                  no puedo dejar de decir, por una vez siquiera, lo que me viene a la lengua.

                  -Con todo eso -dijo don Quijote-, mira, Sancho, lo que hablas; porque tantas veces va el cantarillo a

                  la fuente..., y no te digo más.

                  -Ahora bien -respondió Sancho-, Dios está en el cielo, que ve las trampas, y será juez de quien hace

                  más mal: yo en no hablar bien, o vuestra merced en no obrallo.

                                             Portal Educativo EducaCYL
                                              http://www.educa.jcyl.es
   233   234   235   236   237   238   239   240   241   242   243