Page 173 - Autobiografia de mi Madre v.2
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P;:i.ra  cuando  me  casé,  mi  Utcro  se  había  secado,   parte de su vida, y justamente por esa razón y sóio por
 estaba marchito como un vegetal caduco dejado a fa   esa razón fas había despreciado; no sabía nada de ellas  ,
 intemperie demasiado tiempo. El  resto de mí cuerpo   e:xct..11to gue la cubierta protectora de sü caparazón )  su
 tamblén se estaba  secando; la piel no se me arrugaba   piel, era de color negro, y <.] Ue no le gustaba, pero ése
 tanto como parecía evaporarse la humedad de la mis­  era el color del gue se había puesto ella ruites de morir,
 ma. Nunca había dejado de observarme a mí misma,   negro, y quizá le gustarn o qulzá no, pero en cualquier
      caso,  murió  de  todas fonnas.  t\   menudo  n1e  sentía
 y por aquel entonces me daba cuenta de que lo  que
 había perdido en atractivo físico o en belleza lo había   conmovida por su sufrimiento, pues realmente sufrió,
 ganado en personalidad. La llevaba escrita en todo mi   pero luego:, otra vez; era frecuente que no me afectara.
 cuerpo; no dejaba de despertar la curiosidad de cual•   Antes de hundirse en su última enso11acíón, suplicaba
 quiera que  fuern capa7, de  sentirla.  Se  habfa hablado   sin cesar, y todas  sus súplicas estaban basadas en la
 mucho de mí, había sldo juzgada y condenada. Había   identidad de la persona que creía ser, y la identidad de
 sido  amada y  había  sido odiada.  Ahora  estaba  por   la persona que creía ser estaba basada en su país de
 encima de todo  eso, todo yacía a mis pies. De mí se   origen; que cm Inglaterra. En ella estaba perdida desde
 decía que había envenenado a la primera esposa de mí   síempre ta conciencia de las complicaciones de ser quien
 marido, pero no lo había hecho; me habfa limitado a   crefa ser esencialmente; no era muy dlstínra de mi her­
 observar cómo ella misma se envenenaba a diario  sin   mana Elizabeth. La esposa de mi marido, aquel frágil
      ser humano, encontraba scnddo a ser quien  era en d
 intentar detenerla. Había descubierto -yo le había dado   poder de su país de origen, un país que en los tiempos
 a conocer aquel dcscubrJmicnto- que con las grandes   en c¡ue ella había nacício tenía la capacidad y los me­
 flores blancas de la más bella de las plantas, si se deja­
 ban secar y se hada una lnfusión, podía obtenerse un   dios para reglamentar la  existencia cotidiana de una
 brebaje que creaba una intensa sensación de bienesrar e   cuarta parte de la población mundial > y en su estrechez
 inducía placenteras alucinaciones, Y o   había conoddo   mental, creía c1ue esa situación era no sólo dcbldá al
 aquella  planta Jurante uno  de mis  numerosos  vaga­  destino  sino también  eterna,  sin la menor conciencia
 bundeos; cuando desapareda para liberar ml útero de   de las Hmítaciones  que ella misma tenia ni la menor
 cargas que no quería que llevara, cargas que yo no que­  compasión por su propia  fragilidad.  Pensaba en sl
 ría llevar, cargas que eran una consecuencia del placer,   misma como en alguien con valores y educación y con
 no una consecuencia de la verdad; pero a mí esa planta   una sólida cene.za acerca dd mundo, crnno si no pu­
 no me servía para nada m:ís, porque yo no necesitaba   diera haber nada nuevo,  como si las cosas hubieran
 experimentar ninguna  sensación  de bienestar, vo  no   llegado a un punto 1nueno, como sin con la Hegada de
 necesitaba tener alucinaciones placenteras. Fina1�ente   ella y de su pueblo la vicia hubiera alcanzado un grado
 su necesidad de tomar aquel brebaje se hizo más y más   tal de perfección  que  todo  lo  demás, cualquier cosa
 apremiante y ,  antes de causarle la muerte, aquel brebaje   que fuera distinta de eHa, debiera únicamente yacer y
 hizo que se le pusiera la piel negra. Había vivido entre   morir. Era ella quien yacerfa y moriría; todo lo demás
      continuó 1  y eso, también eso, finalmente yacería y mo-
 personas cuya  piel  era de ese  color durante la mayor

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