Page 172 - Autobiografia de mi Madre v.2
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P;:i.ra  cuando  me  casé,  mi  Utcro  se  había  secado,   parte de su vida, y justamente por esa razón y sóio por
             estaba marchito como un vegetal caduco dejado a fa        esa razón fas había despreciado; no sabía nada de ellas  ,
             intemperie demasiado tiempo. El  resto de mí cuerpo       e:xct..11to gue la cubierta protectora de sü caparazón )  su
             tamblén se estaba  secando; la piel no se me arrugaba     piel, era de color negro, y <.] Ue no le gustaba, pero ése
             tanto como parecía evaporarse la humedad de la mis­       era el color del gue se había puesto ella ruites de morir,
             ma. Nunca había dejado de observarme a mí misma,          negro, y quizá le gustarn o qulzá no, pero en cualquier
                                                                       caso,  murió  de  todas fonnas.  t\   menudo  n1e  sentía
             y por aquel entonces me daba cuenta de que lo  que
             había perdido en atractivo físico o en belleza lo había   conmovida por su sufrimiento, pues realmente sufrió,
            ganado en personalidad. La llevaba escrita en todo mi      pero luego:, otra vez; era frecuente que no me afectara.
             cuerpo; no dejaba de despertar la curiosidad de cual•     Antes de hundirse en su última enso11acíón, suplicaba
            quiera que  fuern capa7, de  sentirla.  Se  habfa hablado   sin cesar, y todas  sus súplicas estaban basadas en la
             mucho de mí, había sldo juzgada y condenada. Había        identidad de la persona que creía ser, y la identidad de
             sido  amada y  había  sido odiada.  Ahora  estaba  por    la persona que creía ser estaba basada en su país de
             encima de todo  eso, todo yacía a mis pies. De mí se      origen; que cm Inglaterra. En ella estaba perdida desde
            decía que había envenenado a la primera esposa de mí       síempre ta conciencia de las complicaciones de ser quien
            marido, pero no lo había hecho; me habfa limitado a        crefa ser esencialmente; no era muy dlstínra de mi her­
            observar cómo ella misma se envenenaba a diario  sin       mana Elizabeth. La esposa de mi marido, aquel frágil
            intentar detenerla. Había descubierto -yo le había dado    ser humano, encontraba scnddo a ser quien  era en d
                                                                       poder de su país de origen, un país que en los tiempos
            a conocer aquel dcscubrJmicnto- que con las grandes        en c¡ue ella había nacício tenía la capacidad y los me­
             flores blancas de la más bella de las plantas, si se deja­
            ban secar y se hada una lnfusión, podía obtenerse un       dios para reglamentar la  existencia cotidiana de una
            brebaje que creaba una intensa sensación de bienesrar e    cuarta parte de la población mundial > y en su estrechez
            inducía placenteras alucinaciones, Y o   había conoddo     mental, creía c1ue esa situación era no sólo dcbldá al
            aquella  planta Jurante uno  de mis  numerosos  vaga­      destino  sino también  eterna,  sin la menor conciencia
             bundeos; cuando desapareda para liberar ml útero de       de las Hmítaciones  que ella misma tenia ni la menor
             cargas que no quería que llevara, cargas que yo no que­   compasión por su propia  fragilidad.  Pensaba en sl
             ría llevar, cargas que eran una consecuencia del placer,   misma como en alguien con valores y educación y con
            no una consecuencia de la verdad; pero a mí esa planta     una sólida cene.za acerca dd mundo, crnno si no pu­
            no me servía para nada m:ís, porque yo no necesitaba       diera haber nada nuevo,  como si las cosas hubieran
             experimentar ninguna  sensación  de bienestar, vo  no     llegado a un punto 1nueno, como sin con la Hegada de
             necesitaba tener alucinaciones placenteras. Fina1�ente    ella y de su pueblo la vicia hubiera alcanzado un grado
             su necesidad de tomar aquel brebaje se hizo más y más     tal de perfección  que  todo  lo  demás, cualquier cosa
            apremiante y ,  antes de causarle la muerte, aquel brebaje   que fuera distinta de eHa, debiera únicamente yacer y
             hizo que se le pusiera la piel negra. Había vivido entre   morir. Era ella quien yacerfa y moriría; todo lo demás
                                                                       continuó 1  y eso, también eso, finalmente yacería y mo-
             personas cuya  piel  era de ese  color durante la mayor

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