Page 149 - Autobiografia de mi Madre v.2
P. 149
con metros de tela que había quitado subreptidamentc rreteras había curvas cerradJs y peligrosas; el ;nundo
de las bobinas que traían ]os barcos en los <1ue trabaja� · de escarpadas montañas de reciente formación voká
ba como estibador. nka cubierrns de un verde rnn humilde que nadie habfa
Por aquel entonces yo le amaba más de lo que puede suspirado nunca por e!Jas, de trescientos sesenta y dn�
expresarse con palabras; le amaba cuando le tenia frente co pequeños riachuelos que nunca se unirían para
a mí y le amaba cuando estaba fuera del alcance de 1ni producir juntos un majesuoso fragor, de nubes que no
vista. Todavía era una mujet joven. Todavfa no habfa eran otra cosa (1ue grandes receptáculos que conterJan
u
aparecido en las partes más delicadas de mi piel la interminables dím¡ de aga, de personas t1ue nunca ha
menor señal, ni sit1uiera la causada por el dedito de un bfan sido consideradas como personas en ábso1uro,
niño; tenía las píernas largas y firmes como sl hubieran Escudrit1ábamos la noche, su negrura no nos sorpren
>
sido diseñadas para permitirme recorrer una latga dis� día, una luna llena de una mortecina luz blanca surcaba
rnnda; tenia los brazos largos y fuertes, como la superficie de un cielo negro rmilante; yo llevaba un
preparados para llevar cargas pesadas. Estaba enamo vestido hecho con otra pieza de tela que me había dado
rada <le Roland. Era un hombre. Pero, ¿quién era él, otra pieza de tela rob;da de las bobinas de un bar
realmente? No surcaba los mares ) no cruzaba los océa co; en la falda había un bolsillo falso, un bolsillo gue
nos, se limitaba a trabajar en el casco de los bateos que no tenía fondo, y Roland metió la mano en el bolsillo y
lo habfan hecho; no había montañas que Hcvaran su bajó hasta alcanzar el punto en el que podía tocarme
nombre ni valles, nada. Pero seguía sJendo un hom metiéndose tambJén dentro de mí. Observé su rostro,
>
bre, y 9uería algo gue iba más allá de la mera satisfacción vi su boca extendiéndose de lado a lado de la cara
de la mediocridad -algo más que una esposa, un amor como una isla y, también como una isla, ocultaba se�
y una morada con las paredes de barro y el techo de creros y era peligrosa y podía engullir de un solo
hojas de caña, algo más que la pequeña parcela de te bocado cosas que eran mucho más grandes que e1Ja
rreno donde íos mi:unos árboles darán e! mis1no fruto misma; desvié l:a vista para observar el horizonte; aun
año tras afio-, pues todo acaba únicamente con la que no podía verlo, sabía gue estaba allí de rodas
muerte, pues aunque ninguna historfa escrita todavía le formas, y lo mismo sucedía con el final de mi amor
hubíern incluido, aunque no pudiera identificar las pe• por Rüland.
(¡ueñas rebeliones que había en su interior, aunque
negara las pequcfias rebeliones que había en su interior 1
había ocasiones en las que se apoderaba de él una ex
traña calma, una fría quietud, y puesro que no era capaz
de encontrar palabras para describirla, se sentía mo
mentáneamente cegado por la vergüenza.
Una noche Roland y yo estábamos sentados en los
escalones del malecún, dando Ja espalda al pequeño
mundo al que pertenecíamos, el mundo en cuyas ca-
149