Page 148 - Autobiografia de mi Madre v.2
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con metros de tela que había quitado subreptidamentc     rreteras había curvas  cerradJs y peligrosas; el ;nundo
            de las bobinas que traían ]os barcos en los <1ue trabaja�   · de escarpadas montañas de reciente  formación voká­
            ba como estibador.                                       nka cubierrns de un verde rnn humilde que nadie habfa
               Por aquel entonces yo le amaba más de lo que puede    suspirado nunca por e!Jas, de trescientos sesenta y dn�
            expresarse con palabras; le amaba cuando le tenia frente   co  pequeños  riachuelos  que  nunca  se  unirían  para
            a mí y le amaba cuando estaba fuera del alcance de 1ni   producir juntos un majesuoso fragor, de nubes que no
            vista.  Todavía era una mujet joven.  Todavfa  no habfa   eran otra cosa (1ue grandes receptáculos que conterJan
                                                                                          u
            aparecido  en  las  partes  más  delicadas  de mi  piel  la   interminables dím¡ de aga, de personas t1ue nunca ha­
            menor señal, ni sit1uiera la causada por el dedito de un   bfan  sido  consideradas  como  personas  en  ábso1uro,
            niño; tenía las píernas largas y firmes como sl hubieran   Escudrit1ábamos la noche, su negrura no nos sorpren­
                                           >
            sido diseñadas para permitirme recorrer una latga dis�   día, una luna llena de una mortecina luz blanca surcaba
            rnnda;  tenia  los  brazos  largos  y  fuertes,  como    la superficie de un cielo negro rmilante; yo llevaba un
            preparados para llevar cargas pesadas. Estaba enamo­     vestido hecho con otra pieza de tela que me había dado
            rada  <le  Roland.  Era  un  hombre.  Pero,  ¿quién  era   él, otra pieza de tela rob;da de las bobinas de un bar­
            realmente? No surcaba los mares )  no cruzaba los océa­  co; en la  falda había un bolsillo falso, un bolsillo gue
            nos, se limitaba a trabajar en el casco de los bateos que   no tenía fondo, y Roland metió la mano en el bolsillo y
            lo habfan  hecho; no  había  montañas que Hcvaran  su    bajó hasta alcanzar el punto en el que podía tocarme
            nombre ni valles, nada.  Pero  seguía sJendo un hom­     metiéndose tambJén dentro de mí. Observé su rostro,
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            bre, y 9uería algo gue iba más allá de la mera satisfacción   vi su  boca extendiéndose de  lado a lado  de  la cara
            de la mediocridad -algo más que una esposa, un amor      como una isla y, también como una isla, ocultaba se�
            y una morada con las paredes de  barro y el techo de     creros  y  era  peligrosa y  podía  engullir  de  un  solo
            hojas de caña, algo más que la pequeña parcela de te­    bocado  cosas que  eran  mucho más grandes que e1Ja
            rreno donde íos mi:unos árboles darán e! mis1no fruto    misma; desvié l:a vista para observar el horizonte; aun­
            año  tras afio-, pues  todo  acaba únicamente  con  la   que  no  podía  verlo,  sabía  gue  estaba  allí de  rodas
            muerte, pues aunque ninguna historfa escrita todavía le   formas,  y  lo mismo  sucedía con el final de mi amor
            hubíern incluido, aunque no pudiera identificar las pe•   por Rüland.
            (¡ueñas  rebeliones  que había  en  su  interior, aunque
            negara las pequcfias rebeliones que había en su interior 1
            había ocasiones en las que se apoderaba de él una ex­
            traña calma, una fría quietud, y puesro que no era capaz
            de encontrar palabras para describirla,  se  sentía mo­
            mentáneamente cegado por la vergüenza.
               Una noche Roland y yo estábamos sentados en los
            escalones del  malecún, dando Ja  espalda al  pequeño
            mundo al que pertenecíamos, el mundo en cuyas ca-


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