Page 142 - Autobiografia de mi Madre v.2
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juntos nos tendJmos sobre una del da tabla cubierta sobre la estrecha franJa de cemento que era la acera.
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con tela vieja, y ese pequeño detalle que evidenciaba Una parte de una valla de madera que teóricamente
nuestra pobreza -la gente de nuestra posición, un esti mantenía un parlo a resguardo de los rranseúnres que
bador y la criada de un médico, no se podía permitir pasaban por la calle estaba rota y sobresalía hacia fue
un colchón como es debido- contribuyó en grnn me ra, y unos pocos tirones de cualquiera que no tuviera
dida a mi goce, pues me permitió estar preparada para cuidado habrían acabado del todo con su utilidad; en
recibir sus sacudidas y acompasar mi respiración con aquel patio había un arbusto de prímulas 9ue florecía
la mya suspiro pot suspiro. Pero ¿cómo es posible gue de forma antínatural, sus hojas demasiado grandes 1
un hombre capaz de cargarse a la espalda grandes sa sus flores espectacularmente llamativas; había brotes
cos de azúcar o balas de algodón desde que an1anece por todas partes, sus semillas habían prosperado a
has.tn el anochecer se agote en cinco minutos dentro de pesar de toda aquella humedad. No estábamos solas.
una mujer? No conocfa ]a respuesta a eso, y sigo sin A nuestro lado pasó un hombre con un alfanje en el
conocerla. Me besó. Se < ¡ uedó dormido. Entonces zurrón y, dos pasos por detrás de él, un perro mal
hundí la cara entre sus piernas; olía a curry y cebollas, tratado; pasó una mujer con un gtRn cesto de comida
que eran las mercancías que había estado descargando en la cabeza; unos niños volvían dd colegio a casa,
durante todo el día; otras veces que hundía la cara en pero no iban juntos; había un hombre asomado a
tre sus piernas -pues lo hada a menudo ) me gustaba una ventana ) escupiendo ) mascaba rabaco. Yo llevaba
hacerlo-, olía a azúcar, o a harina, o a Jas g:tandes bo un par de zapatos con un peco de tacón, rojos, no
binas de algodón barato de las que robaba unos pocos precisamente el color más adecuado para ir a traba
metws que me daba para que me hiciera un vestido. jar durante el día pero así era exactamente como me
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sentía desde hacia un dempo, toja de pasión, corno
¿Qué es lo cotidiano? ¿Qué es lo corriente? Un día, aquel hibiscus que crecía bajo la ventana desde la que
camino de la farmacia del Gobierno para recoger al aquel hombre que mascaba tabaco no dejaba de es
gunos suministros -una de mis obligaciones como cupir. Y la esposa de Roland me llamó puta, marrana,
sirviente de un hombre que estaba enamorado de mí cerda� serpiente� víbora, rata, vH, parásita y malvada.
sin remedio, hasta tal punto que hacía tiempo que ha Me dí cuenta de que sus labios pronunciaban aquellas
bía dejado de jntentar sustraerse a sus sentimientos hada palabras con fluidez y naturalidad ... pobre desgracia
mí1 un hombre al que yo no hada el menor caso, ex da, estaba muy acostumbrada a decir aquellas cosas.
cepto cuando quería que me proporcionara placer No me sorprendió. Yo no podría haber amado a
me encontré por primera vez cara a cara con la esposa Roland de 1a forrna en que lo hada sl él no hubiera
de Roland. Estaba en pie ante mí como un centinela ... an:1ado a otras mujeres. Y no estaba sorprendida; ha
severa, solemne, defendiendo la noble idea, si no el bía notado de inmediato la separación entre sus dientes.
noble ideal, gue era su marido. No tapaba e! sol, que No me sorprendía que ella supiera de mí; los hom
brillaba a mi derecha; a mi izquierda había un gran bres no saben guardar un secreto los hombres siempre
¡
nubarrón negro; en la lejanía estaba lloviendo; no se quieren que todas las mujeres gue conocen se conoz
veía el arco iris en el horizonte. Permanecimo� en pfo can entre sí.
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