Page 126 - Autobiografia de mi Madre v.2
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lugar dei mundo; cualquiera de ellas le habría causado   derecha, y con el dedo índice separaba las páginas en
             repugnancia. La gente dice que algo era inevirnble cuan­  dos partes. Pronunció mi  nombre.  tii  habitación no
             do se siente  desamparada,  cuando algo  ,¡ue  parecía   era demasiado pequeña, tampoco era demasiado gran­
             bueno  resulta  ser  mnlo, por  enésima  vez; nadie  dice   de; había sido construJda par-a alojar a su enfermera,
             jamás eso en su icchn de muerte, d único momento en      construida para acoger a alguien muy por encima de
             que decír eso sería lo -adecuado, porque ya nada más es   n1i posiciOn sodal, alguien muy por debajo de la suya,
             inevitable, ni sk¡uiern la salida del sol por la mañana,   alguien que no era  yo >  alguien  que no era él, alguien que
             una mañana que ya no vivirás para ver.                   me mantendría en rol lugar� al guien que le mantendrfa
                                                                      a él  en el suyo; pero nunca vino ninguna enfermera,
             ¿De qué color era la noche? Negra. Yo estaba en  mí      Podía sentir la oscuridad de la noche en el exterjor, una
             habitación.  ¿A qué hora de la noche Yino a mi? No       oscuridad  que  no  podía  despejar la luz de  ninguna
             mucho después de que oyera las botas de los guardias     estrella, una oscuridad desalentadora, en medio de la

             nocturnos sobre el empedrado; volvían de cumpUr $-U      cual ni se te ocurrfa moverte a menos que pensaras que
             deber de guardar la casa del gobernador, aun cuando      tenías ojos en los pies; oía a alguien cantar, una mujer  ...
             esa misié m,  guardar aJ gobernador, no tenía ningún sen­  era una mujer inglesa; estilba cantando una melodía
             tido, porque, ¿c¡uíén iba a hacerle dafio al gobernador?   triste, una triste canción de cuna, aunque ella no estaba
             Y o   lo  harfa )  no me costaría  nada  cortarle  la cabeza,   triste 1  cuando al -uien está triste no canta en absoluto.
                                                                                    t,
             pero con dlo sólo conseguirfa que enviaran a otro go­    l'vli habitaclón estaba ilumiruada por una lamparilla azul
             bernador,  e incluso yo acabaría cansándome  de eso,     en cuya base de porcelana había dos flores de pétalos
             de cortarle la cabeza al gobernador. ¿  !Jamó a la puer­  multicolores pintadas -Philip me había dicho que las
             ta? ¿Dije yo: ' adel.antc'? ¿Mostró él cierta. vacilación al   llamaban tulipanes papagayo-; la luz de aquella lampa­
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             abdr la puerta? ¿Abrió la puerta con  rapidez y entró    riHa no hada 9ue fa atmósfera de la habitación fuera
             con una equivocada expresión de ser deseado pintada      romántica� ni cruda >  ni cálida, ninguna de esas cosas;
             en el  rostro? ¿Se  limpió los pies  en  la esterilla de la   sólo daba luz >  y no demasiada, puesto que era una lám­
             puerta? ¿Cerró la puerta tras de él? ¿De qué color tenía   para pequeña; había sido la lámpara de mi madre, y su
             el rostro? ¿  Pálido y fantasmal, acobardado, vacío, tris­  luz debió  de  ser la  última que ella viera,  pues era la
             te? ,.:() era rojo > sanguíneo, excitado, foHz? Quizá, quizá.   lámpara que iluminaba la  habitación en el momento
             Lle�aba una camisa azul, del tono de azul que tiene el   de su muerte >  que coincidió con el momento  en que
             mar a mediodía, y eso me sorprendió }  pue1' no imagi­   yo nací; y también a la luz de aquella lámpara debió de
             naba que a él pudiera gustarle un color como ése; debía   haber vlsto el rósrro de mi padre cuando estaba enci­
             de llevar zapatos, debfa de acabarse de bañar, despe­    ma de ella, justo antes de que saliera de ella, Pero esa
             día  cierto  aroma.,  un  perfume  para  hombre,  una    JamparHla no daba demasiada luz, y Philip llevaba un
             fragancia que ningún hombre que hubiera conocido         libro en 1as manos que quería mostn1.'rme, o eso pensa­
             antes se podía permitir. Llevaba un libro en la mano     ba él;  y  lo  pensaba de  verdad,  pensó que  quería
             -hizo aquello desde el principio-, lo llevaba en la mano  mostrármelo desde- el momento en que ]o sacó de su



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