Page 123 - Autobiografia de mi Madre v.2
P. 123
denda que quizá hubieran acabado por sentir que no Y siempre sin mostrar la menor emodón, iba des
podían vivir sin ellas. Y aplastadas entre las páginas de granando 1as palabras que fluían de él una tras otra,
ese libro había algunos especímenes de flores que él como agua precipitándose por una cascada, hasta que
yo me cansaba de escucharle, hasta que yo me senria
había conocido e imagino que también había amado )
flores gue no podían crecer en d clima de Dominica; úfendida y le hacía callar quitándome la ropa y ponién
éf las ponía a contra1uz y me iba diciendo sus nombres: dome en pie delante de él con los brazos exrendidos
peonia, espuela <le caballero, deda1era c; acónito, y en su hacia el techo y ordenílndole tiue se arrodiUara para
voz sonaba a un tiempo cl acorde triunfante de los ven comerme y obligándole a permanecer allí hasta gue
cedores y la melodía desafinada de los desposeídos; pues me senda totalmente satisfecha.
con aguel acto de pasar lista a los nombres de las plantas Después de eso su rostro aparecía grabado de fi
que fo rmaban un arriate (me había mostrado una ifos nas líneas que formaban un dibujo desi al ) una sede
gu
tración, una simple agrupación de algunas planrns en flor) de huellas superficiales que babía dejado allí el abun
entraba en una especie de trance que casi parecía induci dante y áspero pelo que crecía entre mis piernas. Tenía
do por el éter en el que recordaba escenas cotidianas de un aspecto maravillosamente humano entonces 1 libre
su infancia: lo ciue hada su madre todos los miércoles, 1a de eulpá, no feli,, sólo bastante humano. Había sido
forma en que su padre se recortaba el bigote, cl olor de joven, pero ahora ya no lo era. Tenía aproximadamen
la lluvia en la campiña inglesa, pHddi amasados con te la edad de mi padre, alrededor de cincuenta años,
huevos y no con el arruruz antillano; y cómo en verano pero no los ap arentaba. !o cual no resultaba sorpren
1
llevaba el pelo recién cortado, de forma que la cabeza dente; mi padre había tenido gue cometer personalmente
parecía el lomo de algún cachorro, cómo la repentina sus crímenes conrra 1a humanidad: llevaba escrito en el
brisa del atardecer refrescaba su ardiente cuero cabellu rostro eJ nú111ero de p-ersonas a las que había em p o
d{> cuando llegaba a la cima de un risco tras todo un día brecido ) el n ú mero de personas en cuya muerte
caminando por brezales; y 1o último que h�bfa oído prematura había contribuido notablemente, el núme
justo antes de quedarse dormido la primera noche ro de hijos que había engendrado e ígnorado� etcétera;
que pasaba lejos de su madre y su padre en la escuela, pero, para cuando Philip nació, todos los actos incon
y lo acogedor que resultaba un cielo inglés, especial fesables habían sido ya cometldos; é1 era un heredero,
mente el Domingo de Resurrección, y el ¡pop! de habían muerto generaciones de¡ando algo p arn él. Pero
una pelota de tenis -una blanca mancha borrosa no cabe duda de que eso no le había reportado la feli
puntuando la absoluta quietud de una tarde de vera cidad eterna, no le había proporcionado la paz terrenal,
no inglesa; su madre de pie a la sombra de una alta no le salvaría de familiarizarse con lo desconocido, y
haya, un cesto J l eno <le hortalizas exguisltas en una quiú incluso le había llevado a un rincón del rnundü
mano� un desplantador en 1a otra ... en conjunto) un que no le gustaba, al lecho de una mujer que no le
hogar cuyo exterior mostraba un equilibrio perfecto amaba. Era un hombre alto, su estatura superaba la
y natural) cuyo interior estaba libre de innovaciones y longitud de mi cama, por lo que no podía dormir en
de desagradables aromas de modas pasajeras. ella. Sus manos dclataban que no era un hombre segu-
1 2 2 1 2 3