Page 120 - Autobiografia de mi Madre v.2
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dulzona de la putrefacción en  la  <Jue a  veces puede   tarde, antes de acostarse, tomarían una caza de choco­
             pasar por un manjar exótico,  justo  antes de pudrirse   . late  n glés, a pesar de  q ue sabfan perfectamente que el
                                                                         i
             del todo; antes de  que los pantalones alcanzr,,.ran su cin­  árbol del cacao no crecía en Inglaterra.
             tura <le nuevo, �: í lo únlco que  quedaba vivo en é]; se   ¿Cómo terminaba  un día así en aquella é poca de
             trataba de su veHo púbico: cubría una extensa 7,ona de   mi vida? Yo esrnba sentada en la catna com p letamente
             su horcajadura� y crecfa f o rmando un amplio círculo1   desnuda� con las piernas  sobre  las piernas de PhiHp,
             casi ocultando por completo sus partes pudendas; era    que también estaba desnudo. Acababa de salir de mí, y
             de  color rojo, el  rojo de un  regalo o el rojo de  algo   de mi Jntedor se derramaba un líquido caliente pareci­
             que se tJucma rá p idamente. Esta breve entrevista mía   do a la saliva  q ue formaba una mancha de humedad
             con  un enterrador no lleg ó a inidarse, por lo  que no   en la  sábana.  Era como la  mayoría  de hombres  que
             podía tener un  finat consistió sólo en  un  "buen dfa"   había  conocido, obsesionado con una actividad en la
             por mi parte y un "eh, eh" por la suya, y los dos habla­  que no era muy diestro, pero seguía muy bfon las ins­
             mos a la vez, así que él no oyó realmente lo que yo le   trucciones y no le daba  miedo que !e dijeran lo  que
             decía y yo no oí realmente lo que me deda él, y  de eso   tenía que hacer ni se sentía avergonzado de no saber
             se trataba.  La idea de que de verdad nos escucháse­    todo lo  q ue había  q ue hacer. Tenía un interés obsesivo
             m m ;  mutuamente  ern  descabellada;  de  habernos     por remodelar el  paisaje natural: no la horticultura por
             tomado  e!  trabajo  de hacerlo,  podríamos  habernos   necesidad de cultivar alimentos, sino la jardinería como
                                                                        l
             asesinado o haber desatado  una cadena de aconteci­     un  u jo, el cultivo de  p lantas llenas de flores sólo  p or el
             mientos cuyo único desenlace posible habría sido que    placer de hacerlo y de conseguir < J Ue a< ¡ ue!las plantas se
             ambos  acabásemos colgados de  la horca  a mediodía     comportaran exactamente como él c1uerfa  q ue lo hlcie­
             en una plaza pública. Él desapareció en el interior de la   ran; y resultaba  perfectamente )ógko  que  se sintiera
             Casa de los l\'1uertos, donde guatdaha las hcrramien�   atraído precisamente por esa actividad, pues constitu­
             tas propias de su ofido: palas, escaleras de mano, sogas.   ye un acto de conquista,  por apacible que ésta sea. Había
               Los feligreses  permanedan en píe en 1a esca1inata    enrrado en mi alcoba en su esr-ado de ánlmo h-abltuat:
             de fa iglesia, so portando el calor )  ahora intenso, como   no decía nada 1  no revelaba nada >  actuaba como si no
            si tuvieran la abw!uta certeza de que estaba cargado de   sintiera nada, y eso era algo que me gustaba, pues toda
            bendiciones, aun q ue destinadas sólo a ellos; charlaban   la gente que conocía estaba repleta de sentimientos y
             uno con otro, se  escuchaban uno a otro, se sonreían    palabras, a menudo encauzados a impedir que realiza­
            uno  a otro; f o rmaban un bonito  cuadro,  como  hor­   ra mis deseos; pero él había entrado entonces en 1ni
            migas de un mh•mo hormiguero; era un bonito cuadro)      alcoba  con un 'libro  en  la  mano,  un  libro lleno de
            puesto que Lazarus quedaba fuera del mismo, yo que­      fotografias de ruinas, no restos de dvi!izaciones perdi�
            daba fuern del mismo. Se  des p idieron y volvieron  a   das, sino decadencia provocada expresamente, Estab�
            sus hobrares, donde tomarían  una taza de té inglés, a   obsesionado también con esa idea, decadencia, ruina,
            pesar de q ue sabían  perfectamente que el árbol del té   y también esta obsesión tenfa sentido, pues procedía
            no crecía en In g laterra, y a q uella misma noche, más   de unas gentes que habían causado tanta ruina y deca-


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