Page 117 - Autobiografia de mi Madre v.2
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imparcialidad del campo  dormido  al  otro  lado de la   el señor sea el an1igo t pide  para sf  predsamente aquello
 ventana; aceptará sere:s que para él sean como una pla�   que é!  no  es capaz  de  dar;  pide y  pide�  aun  cuando
 ga, aceptará a su más venerado antepasado, le aceptará   sabe q ue rnl cosa no es posible; rn.l cosa no es posible }
 a él;  pero el campo dormido está repartido entre los   pero no puede evitarlú, pues la primera persona por la
 vencedores y es primavera (no estoy familiarizada con   que se siente compasión es siempre uno mismo. Y es
 ella, no puedo encontrar alegría en ella, considero infe­  esa persona, ese hombre� quien dice en el momento en
 riores  a  las  personas  relacionadas con ella,  pero  yoj   q ue lo necesita: Dios no juzga; y cuando él está dicien­
 Xueia, no estoy en condiciones de hacer que ese senti­  do eso, cuando dice que Dios no juzg, .a , está adoptando
 miento  mío  tenga  sentido),  y  el  campo  puede ser   una  -actitud  pueril; tiene fas piernas cruzadas, las manos
 obligado a hacer lo que él  quiera  que hag,i. También es   entrelazadas abrazando las rodillas )  y se repite para sus
 muy consciente de la imparcialidad del mar azul, del   adentros una parábola, la Parábola del Sembrador, de
 océano gris, pero esas vastas y frias tumbas de agua no   la que hace la interpretación que le resulta más favora­
 pueden ser repartidas, y ninguna estación del año puede   ble: el amor de Dios resplandece  por igual  para todas
 influír sobre el1as para favorecer sus  intereses; el mar   las semillas de rr.igo crezcan donde crezcan, en terreno
 azul, el  océano gris� le  arrastrarán junto con  todo lo   pedregoso, en tierra poco profunda o en tierra fértil.
 que representa su felicidad terrenal (e l  barco lleno de   Este corto  y amargo sermón  9ue había pronuncia­
 gente) y  con todo lo que representa también su desdi­  do interlormentc no era nuevo para mí. Difícilmente
 cha (el barco lleno de gente).   pasaba un solo día de mi vida en que  no observara
 Es una tarde de invierno, el cielo sobre su cabeza es   algún incidente que añadiera  peso a esa visión del mun­
 de un azul a un tiempo abrumador y ordinario, en el   do, pues  para mí la historia no era un gran escenario
 centro de ese cielo brilla una luna no del todo llena de   lleno de conmemoraciünes, bandas 1  aplausos, galones 1
 un blanco inmaculado. Está asustado. Se llama John, es   medallas, el sonido de cristal fino tintineando y eleván­
 el señor de la gente del barco que surca las aguas del   dose en el  aire;  en  otras  palabras,  los  sonidos  de la
 mar azul, del océano gris 7  pero no es señor del mar ni   vktoría. Parn mí la historia no era solamente d pasa­
 del océano. En su condición de señor, sus necesidades   do:  era el  pasado  pero  tarnbién el  presente.  No 1ne
 son darn.s y primordiales, así  que no tiene miserkor­  importaba mi derroca, sólo me importaba que tuviera
 dfa)  no  tiene  compasión,  no  tiene  ternura.  En  su   que durar tanto; no vefa el fututo, y quizá así es como
 cnndid<'.'m de hombre, desnudo, desnutrido, como un   tenía que ser. ¿  Por 9ué debería nadie ver tal cosa? Y sin
 legado a la sencillez sin su casa de confortables habita­  embar g o  ... sin embargo,  me entristecía saber  que  no
 ciones, está  abocado  al  mismo destino  que  todos   miraba decididamente hacia  delante,  siempre miraba
 aquellos de los  que ern sefior; la tierra  9 ue ve más allá   hacia atrás, a veces miraba a un lado,  p ero sobre todo
 <le la ventana se lo tra g ará; también lo hará el mar azul,   miraba hacia atrás.
 también el océano gris. Y tanto es así que en el mo­  La iglesia a cuyas puertas me enconttába aquel do­
 mento en  q u e  se  piensa  en esa  condición >  en  su   mingo me resultaba muy familiar, me habían bautizado
 condición de hombre, de hombre corriente,  p ide  9 ue   en ella; mi  padre se había convertido en un miembro


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