Page 108 - Autobiografia de mi Madre v.2
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bfan  sido  íncapaces  de procur3t placer, incapaces de   de creyentes cristianos, una secta a la que mi padre no
             despertar siquiera el menor lnteré$; sus labios eran an­  prestaba demasiada atención.
             chos  y  generosos,  se  satisfacían  a  sí  mismos,  Había   A mí no me invitaron a su boda. El día de su ma­
             abandonado  la cabecera de  la cama  de  mi  hermana   trimonio no tuvo nada de especial. Llovía a r:atos 1  el
             para ir a verle movida por la curiosidad aunque no se   cielo tenía un color lechoso, como la leche recién orde­
                                               )
             trataba de una curiosidad imperiosa. Después <le todo,   ñada de una vaca y conservada en un viejo cubo; nada
             sólo  quería ver si  no era demasiado tarde para disua­  resultaba portentoso, ni en sentido benigno ni maligno.
             dirla de  convertir la  presencia  en  su  vida  de aquel   Todo era indiferente a su enlace. Mi hermana llevaba
             hombre indigno en algo permanente; después de todo    un vestido de seda blanco; procedía de muy lejos,  p ro­
             me  traía  sin  cuidado,  después  de  todo  y a  pesar de   cedía  de  China,  pero  todos  dijeron  que  se  casaba
             todo 1  no jmportaba,                                 ataviada con sedl\ in glesa. llevaba perlas alrededor del
                Se casaron�  pero  tendrían  que  pasar años antes de   cuello; mí  padre se las había regalado a su madre, na
                                                                   sé de  dónde las sacaría él.  Ella  estaba fuera de sí de
             que tuviera lugar ese acontecimiento: tres, cuatro, cinco t
             seis, y hasta siete. Ella nunca se recuperó del todo del   contento. No era un dechado de belleza. Había queda­
             accidente. Tenía todo el cuer p o cubierto por tantas cica­  do  totalmente  desfi g urada a causa del accídente:  no
             trices  que parecía un mapa en el  que las líneas fronterizas   podía enfocar adecuadamem:e la vista, tenía una pierna
             se hubieran dibujado una y otra vez, el resultado de ba­  más lar g a c 1 ue ia otra y cojeaba li g eramente al  andar,
             tallas cuya conclusión nunca era definitiva. Durante algún   Pero no eran esas cosas las  que  hacían c ¡ ue no  fuer-a
             tiempo sollo7/4ba día y noche. Luego calló  y  no volvió a   bella )  pues la confusión interna que le causaba el hecho
             llorar jamás. Esperó.  Un día, no  hada mucho  tiempo   de no  p oder enfocar bien podría haber conferido a su
             q ue se había cumplido su séptimo año de espera, llegó   rostro  derta  expresión  de vulnerabilidad; también la
             una mujer a  la casa de  mi  padre  y pre g untó  por  mi   cojera  podría  haber despertado en  cualquiera cierto
             hermana. Cuando  ésta $alió a su encuentro, le puso un   sentimiento de compasión hada ella. Pero no era. así;
             pequeño bulto entre los brazos y dijo que aquel  bulro   se hizo más arro g ante >  su voz adquiri6  cierra  calidad
             era un niño; elia era su madre y Pacquet era su padre.   vulgar, su mirada se hizo fija e inexpresíva, su figura se
             Luego desapareció. Jv!i hermana y yo cuidamos del niño,   volvió mas voluminosa y lenta; no era exactamente furia
             aunque en realidad  fui, yo quien lo hizo >  atender a sus   contenida,  síno  sólo una mujer decepcionada con el
             necesidades,  p ues ella era  y a incapaz de cuidar de si mis-  amor de un hombre.
             ma, mucho menos de un niño pegueño. El niño no se        Una vez casados, vivieron con los padres de clla,
             desarrolló como es debido, y al cabo de dos años mu-  ·  una situación  q ue IT.li  p adre intuyó inmediata. y correc­
             rió de una enfermedad  que dijeron era la tos ferina. La   rarnente  q ue se trataba de un  peli g ro  p ara mi. Su es p oso
             vida de aquel niño pasó inadvertida, como si nunca hu­  no la amaba, eso ella lo sabía. Tampoco senría afocro
             biera existido.  Mi padre  prohibió  q ue  fuera enterrado   por mí; eso ella no  lo sabía. Yo le llamaba monsieur
             en el mismo cementerio que su hijo, Alfred. Finalmente   Pacquet, un formalismo con el que pretendía dejar cla­
             lo enterramos entre los miembros de una pequeña secta   ra mi falta de interés� por no mencionar lo poco que



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