Page 104 - Autobiografia de mi Madre v.2
P. 104

Yo fa había ,:fato aquel domingo por la tarde antes   h vida no es ningún mjsterio, todo el mundo sabe de
               de que partiera al encuentro de su destino, y tenía ese   sobra cuál es e1 curso incvit:abJe de la misma; el mlsterio
              aspecto tan peculfar que a veces envuelve a la$  p ersonas,   es una trampa destinada a aquellos sobre los que ha caí­
              algo que  ahora  sé  reconocer pero no entonces ...  ese   do la maldición de ia curiosidad.
              aspeeto <¡ue parece decir: Cualquier cosa  que haga aho•   Yacía entre las ásperas sábanas de la cama del hospi­
                   .
              rasera aquello  gue señale mi fin. Había estado peleándose   tal.  Tenía la  piel de un marrón  pálido, como  papel de
              consigo misma, aunguc ella creía haber mantenido una    estraza, el pig¡ncnto marrón oscuro en la ca pa ff1ás su­
              disputa con su madre, pero su madre no le  prestaba Ja   perficial. Ya no era cuestión de que esuviera o no contenta
              menor atención. Llevaba un vestido blanco de algodón;   de verme.  No podía verme  con claridad  en absoJuto.
              su padre insistía en que los domingos vistiera de blanco,   Quizá veía mi imagen multiplicada por tres o por cien;
              ".º  p o se g uir ninguna tradición reconocida por nadie,   pero tanto si me habfa convertido en tres como en un
                   :
              smo  olo  porque se había formado una idea de su pro­   centenar, seguía sin  gustarle lo más mínimo. Pero  ya nunca
                  :
              pia vmud  que le convertía, como sólo él era capaz de   volvería a gustarle nada en este n1ur1do.  Habfa  ido a
              comprender, en una  persona más virtuosa que los de­    visitarla por iniciativa  p ropia. No se esperaba de mí  q ue
              más morrales. Cuando iba a buscar .la bicicleta se había   lo hiciera como una obli¡,,ación; nadie me lo había pedi­
              tropezado conmigo, 5e había tropezado conmi go y me     do. i\l verme, me volvió la cara;  quizá po r<¡ ue le disgustaba
              había mirado haciendo una mueca  que estaba destinada   verme, o quizás esrnba aver g onzada.
              a co vertirse en la expresión inmutabJe de sus rasgos: las   Cuando la vi, un hombre estaba en  pie junto a su
                 �
              comisuras  de los labios vueltas hada arriba; los iris de   cama, en una habitación pequeña en la que había otras
              ambos  ojos  desviados  hacía los  extremos,  de  forma   seis camas pero nin g ún otro  paciente. Era el  mismo
                                                                      hombre que algunos domingos venía a comer con mj
              que veía desenfocado todo aquello <1ue mirara. Las ven�   padre y -con la esposa de mi padre; era e1 hombre con
              � ana de su nariz despedían amargura; no en e1 aire que  el  q ue  pasaría fa mayor parte de mi vida; pero, ¿cómo
                 �
                       .
             1nsp1raba, smo  en el  que exhalaba. La mitada  que me
                 _
             lanzo  era cruel,  pero  no importaba, no necesitaba su   iba a  saberio entonces?  Ella no  me  rniró, no  9uerfa
             compa$ÍÓn. Cuando volví á verla yada en una cama de      verme; él sí me míró�  pero en a q ud momento yo no
             hospital en Roseau. En aquel momento estaba sola. Su     significaba nada para él, y más adelante no recordaría
             padre habla estado ali! antes  que yo, su madre había    haberme visto en aquella ocasión.  Cuando ella final­
             estado allf antes que yo, no habían estado antes allí ¡un•   mente me miró, vio mi fi g ura multi p licada  por diez,
             to Habían pasado diez días; hacía diez días que había    cada una de las imágenes parcialmente superpuesta a
               :
             catdo  por el  precipicio. Todavía no se había parado a   fas otras, ninguna de las  réplicas  enrernmenre nítida.
             pensar en la extrañeza de la vida, todavía no se había   Aquella visión la desconcertó; me volvió la cara indig­
             parado a pensar en lo efímeros que son cada momento      nada. Debí de sentir afecto por ella entonces, lo bastante
             cada dia, cada existencia; ahora creo que nunca to hizo�   como para dominar la curiosidad que se había desper­
             Creo que al final de su vida era infeliz, se sentía confun­  tado  en mí -al verla alli postrada: ¿cómo era él, cómo
             dida ... exactamente igual que al principio. Naturalmente,   era ese hombre por el que había quedado reducida a



                                   104                                                      105
   99   100   101   102   103   104   105   106   107   108   109