Page 64 - Fahrenheit 451
P. 64

-Déjame tranquila -dijo Mildred-.  Yo no he he­                de la habitación, en la que entró el capitán Beatty con las
             cho nada.                                                        manos en los bolsillos.
               -¡Dejarte tranquila! Esto está muy bien, pero, ¿cómo              -Ah, hagan callar a esos  «parientes»  -dijo Beatty,
             puedo  dejarme tranquilo a mí  mismo?  No necesitamos            mirándolo todo a su alrededor, exceptuados Montag y su
             que nos dejen tranquilos. De cuando en cuando, precisa­          esposa.
            mos estar seriamente preocupados.  ¿ Cuánto tiempo hace              Esta vez, Mildred corrió. Las voces gemebundas cesa-
            que  no has tenido una verdadera preocupación?  ¿Por              ron de gritar en la sala.
            algo importante, por algo real?                                      El capitán Beatty se  sentó en el sillón más cómodo,
               Y, luego calló, porque se acordó de la semana pasada,          con una expresión apacible en su tosco rostro. Preparó y
            y las dos piedras blancas que miraban hacia el techo y la         encendió su pipa de bronce con calma y lanzó una gran
            bomba con aspecto de serpiente, los dos hombres de ros­           bocanada de humo.
            tros impasibles,  con los cigarrillos que se movían en su            -Se me ha ocurrido que vendría a ver cómo sigue el
            boca  cuando hablaban. Pero aquélla era otra Mildred,             enfermo.
            una Mildred tan metida dentro de la otra,  y tan preocu­             -¿Cómo lo ha adivinado?
            pada,  auténticamente preocupada,  que  amb,as  mujeres              Beatty  sonrió y  descubrió  al  hacerlo las  sonrojadas
            nunca habían llegado a encontrarse. Montag se volvió.             encías y la blancura y pequeñez de sus dientes.
               -Bueno, ya lo has conseguido -dijo Mildred-. Ahí,                 -Lo he visto todo. Te disponías a llamar para pedir la
            frente a la casa. Mira quién hay.                                 noche libre.
               -No me interesa.                                                  Montag se sentó en la cama.
               -Acaba  de  detenerse  un  automóvil  «Fénix»,  y  se             -Bien -dijo Beatty-. ¡Coge la noche!
            acerca un hombre en camisa negra con una serpiente ana­              Examinó su eterna caja de cerillas, en cuya tapa decía
            ranjada dibujada en el brazo.                                     GARANTIZADO: UN MILLÓN DE LLAMAS EN ESTE ENCENDE­
               -¿El capitán Beatty?                                           DOR,  y empezó a frotar,  abstraído, la cerilla química, a
               -El capitán Beatty.                                            apagarla de un soplo,  encenderla,  apagarla,  encenderla,
               Montag no se  movió,  y siguió contemplando la fría            a decir unas cuantas palabras, a apagarla. Contempló la
            blancura de la pared que quedaba delante de él.                   llama. Sopló, observó el humo.
               -¿Quieres hacerle pasar? Dile que estoy enfermo.                  -¿Cuándo estarás bien?
               -¡Díselo tú!                                                      -Mañana. Quizá pasado  mañana. A primeros de se-
               Ella corrió  unos cuantos pasos en un  sentido,  otros         mana.
            pasos en otro y se detuvo con los ojos abiertos cuando el            Beatty chupó su pipa.
            altavoz de la puerta de  entrada pronunció su nombre                 -Tarde o temprano, a todo bombero le ocurre esto.
            suavemente,  suavemente, «Mrs. Montag, Mrs. Montag,               Sólo necesita comprensión,  saber  cómo  funcionan las
            aquí hay alguien, aquí hay alguien, Mrs.  Montag,  Mrs.           ruedas.  Necesitan conocer la historia de nuestra profe­
            Montag, aquí hay alguien».                                        sión. Ahora, no se la cuentan a los niños como solían ha­
               Montag se cercioró de que el libro estaba bien oculto          cer antes. Es una vergüenza. -Exhaló una bocanada-.
            detrás de la almohada, regresó lentamente a la cama  se           Sólo los jefes  de bomberos la recuerdan  ahora.  -Otra
            alisó el cobertor sobre las rodillas y el pecho, semiin;or­       bocanada-. Voy a contártela.
            porado;  y,  al  cabo de un rato, Mildred se movió y salió           Mildred se movió inquieta.

              62
   59   60   61   62   63   64   65   66   67   68   69